Creciendo, me metí en varios problemas con mi papá porque hacía las cosas a medias. Me pedían el favor de poner la mesa para la comida y sólo ponía los individuales, sin la servilleta doblada a la mitad, sin la cuchara, con los cubiertos en desorden. Me pedían que arreglara mi cuarto y yo movía un par de cojines para esconder los libros, la ropa, las muñecas que tenía regadas en el piso, en la cama, en el escritorio. También era común encontrar revlujo debajo de mi cama, de varias semanas atrás. Cuando iba a probar un plato nuevo, mis papás no me dejaban probarlo con la punta de la lengua. Tenía que comerme una cucharada completa, un bocado grande, para poder determinar si me gustaba o no. Y si no me gustaba, perfecto. No tenía que volverlo a comer. Pero siempre me gustaba, y ahora lo único que no como es maní por alergia. Si me comprometía a hacer algo, lo tenía que llevar a cabo hasta las últimas. No podía rendirme en la mitad del camino. Si mi equipo de voleibol iba perdiendo, no podía parar de jugar.
En mi casa nunca hubo, ni hay, espacio para la mediocridad. “Sabes quienes hacen las cosas a medias, Salomé?” me decía mi papá. “Los políticos corruptos.”
Crecí con esa mentalidad. Hasta el día de hoy siento una responsabilidad conmigo misma para no dejar nada a medias, no rendirme, aunque me esté costando seguir. Darle una digna conclusión a todo en mi vida, sin el remordimiento ni la pregunta del qué hubiera pasado. Entregar todo, absolutamente todo de mí, siempre. En mi trabajo, mi estudio, mis relaciones, mis amistades, mis proyectos, mis extracurriculares, en todo. Claro, me desgasta. Pero también es lo que me ha hecho cuestionar muchísimas situaciones a mi alrededor, y a su manera, me ha hecho convertirme en una soñadora empedernida, que cree que si en vez de conformarnos con lo que hay pensamos en algo mejor, podemos comenzar a construir un mundo más digno, más respetuoso. Con más sabrosura.
Me rehuso a conformarme con el candidato menos peor. Si nadie me convence del todo, si no creo completamente en alguien para depositar mi voto de confianza, votaré en blanco. Y votaré en blanco hasta que tenga la opción de votar por alguien que, aunque sí pudo haber cometido errores en su pasado, ha aprendido de ellos y lo ha demostrado con acciones. También votaré en blanco hasta que un candidato priorice tanto mi libertad de decidir sobre mi cuerpo, cómo el derecho de la tierra Colombiana a no ser intoxicada ni con glifosato ni con coca. No me voy a conformar, porque todos los derechos, de todos los seres humanos, son igual de importantes. Todos los derechos, de todos los seres del planeta, deben ser la prioridad número uno. No tengo tiempo, no tengo otros cuatro años, para que los temas que me apasionan sean parte de la agenda nacional.
Tampoco me conformaré con el mundo actual, sólo porque es mejor que lo que había hace unas décadas. En mi trabajo con el activismo, por ejemplo, me han dicho que el feminismo no es necesario, que ya las mujeres gozamos de igualdad de género. Podemos votar, podemos acceder a posiciones de poder dentro de todas las empresas, no se nos puede discriminar en base a nuestro sexo. La ley nos protege al garantizar que nuestros abusadores irán presos, que seremos recompensadas si algo nos llegase a suceder. Podemos casarnos y divorciarnos, podemos tener bajo nuestro nombre propiedades. Y es cierto que sí podemos hacer muchas cosas, casi cómo los hombres. Pero eso no significa que sea igual de fácil, que sea igual de probable. Eso no significa que no hayamos pasado más de dos mil años subyugadas, en las sombras del anonimato y los abusos del patriarcado. Claro que podemos tener posiciones de poder dentro de todas las empresas, pero no se nos paga igual a los hombres y se usa nuestra posibilidad de maternar cómo justificación. Claro que nos podemos tatuar, pero no dejamos de ser mal vistas por nuestras actitudes marimachas. Claro que podemos ponernos lo que queramos, pero cuando nos violan se va a usar cómo argumento para explicar por qué nos lo merecíamos. Claro que podemos protestar, pero porque somos histéricas. La verdadera libertad no yace simplemente en la posibilidad en papel, sino en alentar con acciones que las personas puedan disfrutar de su libertad sin miedos ni amenazas. Por eso yo, cómo muches, no me conformo.
En las Ciencias políticas, lo que estudio en la universidad, hay diferentes panoramas analíticos, diferentes sistemas a través de los cuales podemos analizar el mundo a nuestro alrededor. Los pesimistas tradicionales se conforman con las estructuras de poder existentes, y piensan que vamos por mal camino, aunque no hay nada por hacer. Los optimistas tradicionales piensan que esas estructuras realmente nos están llevando a un mundo más justo; sólo debemos esperar. Los que juegan su rol son aquellos que están dispuestos a un movimiento más dinámico, y creen que pequeños cambios y alteraciones son necesarios para poder llevarnos a un mejor mañana. Finalmente, los que quieren cambiar el juego piensan que los sistemas de poder simplemente no sirven. Los sistemas están podridos, y creen que hay posibilidades de cambiarlos, empezar de cero, construir algo mejor. Aquellos son los que no se conforman. Los que no se conforman con lo mínimo.