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Andrés Preciado

Colombia: entre la tristeza y la derrota

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"El escenario no es bueno, hay tristeza al conversar sobre el futuro y aquellos llamados a dar una visión más alegre se han concentrado en la campaña de desprestigio como forma de desarrollar la contienda electoral, por más que no lo reconozcan."

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Según el informe de resultados de Tenemos que hablar Colombia, una iniciativa enorme de conversación nacional liderada por distintas universidades y organizaciones, la tristeza y el miedo son las emociones que predominan cuando los colombianos y colombianas hablamos de lo que hay que cambiar y mejorar en el país.

La tristeza es la emoción para hablar del futuro, eso no es menor, de hecho, es un hallazgo si se quiere doloroso para poder plantear los escenarios de lo que viene en Colombia. Una emoción que duele porque está relacionada con una visión poco esperanzadora de los actores involucrados en ese futuro, en particular de las instituciones públicas, y es inevitable pensar que es un efecto de la polarización ideológica en la que el escenario político del país entró desde la disputa Uribe – Santos, pero luego se profundizó en estar de acuerdo o no con el proceso de paz con las FARC y ahora tiene tintes, de nuevo, ideológicos en los principales contendientes por la presidencia, al menos los que las encuestas muestran con más opciones de ganar, Fico y Petro.

El escenario no es bueno, hay tristeza al conversar sobre el futuro y aquellos llamados a dar una visión más alegre se han concentrado en la campaña de desprestigio como forma de desarrollar la contienda electoral, por más que no lo reconozcan. Y es que en un país con un presidencialismo tan profundo como el colombiano remitir a la figura del presidente o posible presidente es también inevitable. De ese próximo presidente se espera que tenga la capacidad de inspirar, que conecte con la ciudadanía, además de por imagen e ideas políticas, por su visión de país y de lo que nos espere, que justamente se muestre como el posible responsable idóneo de un futuro mejor, no de uno más triste.

Pero cuesta ver en los candidatos presidenciales que puntúan arriba esa inspiración, esa esperanza, y no pueden hacerlo por la preocupación constante por el ataque y el desprestigio del otro, por centrar el debate en los rasgos personales o las alianzas con otros y no en la contraposición de ideas y propuestas. Así es imposible que luego de la disputa personalista se pase a una suerte de inspiración más amplia, porque el discurso no cuadra por incoherente y porque la gente se cansa de la pelea, al menos algunos, seguramente hay una capa densa del electorado a la que le convence la actitud de soberbia y arrogancia que se requiere para afrontar una campaña desde el deseo de envilecer al contrincante.

Y cuando la gente piensa con tristeza en el futuro de país viene otra emoción que es la derrota, la certeza casi dogmática de que el país va mal, como muestran las encuestas, de que la situación no mejora y estamos en una espiral de estar más mal que antes en donde se pregona, además, que el Estado no funciona, sin precisar en qué, y lo fácil es también cuestionar la democracia. ¿Cómo acabar con la tristeza y la derrota? No es una tarea menor, pero quizá el primer paso sea pedir a los candidatos presidenciales que asuman su rol en la construcción de una visión de país que inspire, que genere adeptos y no solo seguidores de figuras mesiánicas, que contenga esperanza y genere confianza. Claro que definir la persona que será el presidente importa, pero también es relevante que se discuta el propósito superior, el proyecto esperanzador que buscará esa persona cuando llegue a la Casa de Nariño y que en últimas afectará la calidad de vida de todos los colombianos.

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