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Después de las elecciones, cuando ya se sabe quiénes ganaron y quiénes no, cuando unos sienten un viento de esperanza y otros desasosiego infinito, unos sienten la marea baja mientras otros están todavía metidos en el ojo del huracán, es que es bueno analizar quiénes somos. No tanto como individuos, porque la política no es la métrica adecuada para darnos cuenta de eso, como ya he explicado, sino más bien quiénes somos como país.
He visto, a raíz de la elección de Federico Gutiérrez a la Alcaldía de Medellín, la misma historia en Instagram repetida mil veces. “Colombia despierta,” dicen unos. “Siempre vuelve a salir el sol,” dicen otros. Celebraciones, fotos abrazando al viejo nuevo alcalde quien se la pasa posando con infinidad de personas que sabe que lo respaldarán sin importar lo que haga.
He visto, desde afuera del país, una ola de esperanza que se ocupa de llenarle los pulmones a quienes repudiamos la administración de Daniel Quintero. A quienes condenamos la corrupción, las promesas vacías, el juego con las ilusiones de muchos, las mentiras al pueblo. Y claro está, a quienes rechazamos el mal gobierno de Gustavo Petro, y quienes le reclaman a la izquierda toda la misera del país en el último año.
No, Colombia no está despierta por haber sacado al quinterismo de La Alpujarra. Colombia no está despierta por haber escogido a un hombre como alcalde que es claramente mejor líder que Daniel Quintero. A un hombre que en campaña se acercó a la gente, un hombre que se presenta no solo como un servidor público innato, sino como el salvador de una Medellín que nos tenía a muchos inconformes.
Cuando tenía quince años, y empecé a aprender sobre lo que fue, y lo que es, Venezuela, me sentí devastada. No encontraba razón que explicara por qué, estando tan cerca, habiendo pertenecido a la misma nación, yo hubiera tenido la suerte de nacer en Colombia. Le lloraba a mi papá en lo que me imagino era una rabieta de la adolescencia, una niña que no sabía de lo que estaba hablando.
Me dolía pensar en que tantas personas, tan cerca y tan al alcance de la mano, podían estar sufriendo desplazamiento; pocas oportunidades de empleo aunque fueran profesionales; xenofobia. Le decía a mi papá que no entendía cómo lo más básico, donde nací, podía tener tanto peso, podía marcar tanta diferencia no solamente en mis oportunidades, sino en la manera en la que la gente me trataba.
Él me dijo que si yo pensaba que iba a salvar el mundo, que más bien me bajara de esa nubecita. Me lo volvió a decir cuando llegué con el cuentico de que quería ser secretaria general de las Naciones Unidas, y una vez más cuando empecé a decir que era feminista, y que a través de ese movimiento iba a romper el sistema de tal manera que no le quedara más al país que aceptar a las mujeres como individuos que deberían tener las mismas oportunidades.
Pienso en esta historia porque nos tenemos que bajar de la nubecita de que Federico nos va a salvar de todo lo malo, de toda la izquierda podrida del país, de toda la corrupción. Va a tapar los huecos que impregnan las venas de la movilidad de Medellín, va a arreglar lo que Quintero hizo con Buen Comienzo, va a acabar con el clientelismo a favor de la meritocracia, y va a poner a los “jóvenes” a liderar en un gobierno que “cree” en un mejor futuro.
Espero que lo haga, de verdad. Pero no se me olvida que no es ningún salvador. Él no es la cara de ninguna oposición, porque la oposición a Quintero está en la calle. La oposición a la corrupción no está en un hombre, sino en nuestras acciones del día a día. En si tomamos el camino más corto a la merced de los otros, o si nos esforzamos en construir país, como el empresariado Antioqueño lo intenta hacer. Federico es el alcalde, pero él no es ningún superhéroe, y espero que su discurso de colectividad y unión trascienda sus palabras.
Entonces, Colombia nada que despierta, a pesar de las historias en Instagram que montemos. Así como desde cuando teníamos que cumplirle a una corona, seguimos asignando títulos de salvadores a quienes no son más que personas, como usted y como yo. Se lo aseguro, querido lector, que si Medellín sale adelante no es porque “despertó,” sino porque personas como nosotros decidieron asumir el reto, casi inexplicable, de escuchar diversos puntos de vista, de actuar en pro del colectivo y no a nivel individual, de reconsiderar nuestras posturas, examinar si las experiencias de otras personas explican que, como ciudadanos, emprendedores, empresarios, antioqueños trabajadores que somos, nos unan en vez de dividirnos.
Entonces yo celebro que Quintero no está. Pero no celebro un despertar colectivo aún, porque una vez más le asignamos la dura la labor, y el prestigioso oficio a un hombre, de salvarnos. Cuando somos los únicos que tenemos capacidad de hacerlo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/