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En la tonada trinitaria la clave de la melodía se marca golpeando un clavo contra un azadón. No se lleva el clásico “un, dos, tres, un, dos”. Este ritmo se parece más al galope de un animal de cuatro patas. Es un aire campesino que tiene el compás del trabajo que acompaña. Lo escuché en su lugar de origen: la ciudad cubana de Trinidad.

Para que suene la tonada se necesitan tres tambores, un güiro, la campana, que ya saben que es un azadón, una voz guía y un coro que le responda. El sonido metálico del azadón hace que la tonada sea alegre, que brille.

El azadón es la herramienta con la que se roza la tierra para preparar la siembra. El golpe habitual de un azadón no produce el sonido brillante que trato de describir: a menos de que choque con una piedra el del azadón contra la tierra produce un sonido opaco, casi cerrado. En la música la herramienta vive otra vida. Es la misma pero funciona de manera diferente.

El origen del ritmo me permite imaginar una creación simultánea del arte y la labor. El conocimiento de los materiales, la firmeza de los músculos para asestar los golpes, la mirada atenta y el oído aguzado: todo lo que se necesita para la música se necesita para trabajar la tierra. En los relatos de los intérpretes que conocí la música y el trabajo eran caras de una misma moneda. Como el azadón que es a la vez instrumento y herramienta, ellos son artistas y trabajadores.

Hace unos días participé en un debate improvisado en el que mi contraparte insinuó que, ser trabajador, en la mayoría de los casos, implica soportar situaciones contrarias a la dignidad. Que era una condición del sistema y que de alguna manera se veía recompensada por los beneficios económicos del trabajo formal. Pensé en la tonada trinitaria, en la música de su azadón, en que es imposible escucharla si se asimila el trabajo a la explotación y si en vez de instrumentos, las herramientas sólo son hierros que pesan.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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