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Ciudades privadas, problemas públicos

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Hay un centro comercial en Medellín que deliberadamente usa la palabra “parque” como parte de su nombre oficial. Este centro, que no parque, comercial abre en las madrugadas para que sus pasillos sean utilizados como pistas de trote por los vecinos del sector. Muchos de ellos llegan en su carro particular y se alegran de encontrar, además de un parqueadero, una alternativa a la calle insegura, a los andenes en mal estado y a la polución del aire de la ciudad. Parte del éxito de los centros comerciales es que están diseñados para estar dentro de la ciudad y a la vez fuera de ella. Son lugares pensados para comprar y vender. En Medellín, que no llega a tener 4m2 de espacio público efectivo por habitante, la OMS recomienda entre 12 y 15m2, se han convertido también en lugares de encuentro que tienen la capacidad de formar, o deformar, la idea del espacio público en la ciudad.

Este fin de semana vi en otro centro comercial, que no se autodenomina “parque” sino “mundo”, una pista de hielo. De hielo real que, en una ciudad con una temperatura media de 27° celsius, seguro requiere grandes cantidades de energía para no fundirse.  Encontré en una página de pistas de hielo ecológicas, lo que sea que esto signifique, que una pista de agua congelada “durante la época del invierno en el centro de Europa (temperatura ambiental fría) consumirá 19.900 litros de agua, 16.800kw y emitirá 5,52 toneladas de CO2 a la atmósfera cada mes”. Tal vez nunca sepamos cuánta energía y agua consume una pista de hielo en un centro comercial de Medellín, Colombia. Estar fuera y dentro de la ciudad da unas licencias particulares, por ejemplo, la exención de las preguntas incómodas que con tanta naturalidad haríamos sobre otros espacios de la ciudad, por ejemplo, un parque de los de verdad: ¿cómo se administran? ¿quién los dirige? ¿cuáles son las condiciones de las personas que trabajan allí? ¿cómo responden a las urgencias ambientales?

Que los muros de los centros comerciales estén abiertos a los ciudadanos pero cerrados a la ciudadanía es problemático: las representaciones que ahí se forman sobre la ciudad tienen consecuencias que todos compartimos. Quisiera saber si quienes administran estos lugares piensan en esto. Conocer cuáles son los valores que orientan su gestión, qué otras motivaciones, además de atraer clientes para sus arrendatarios, tienen sus decisiones. Saber qué significa para ellos ser responsables de un espacio en donde no solo no solo se consumen productos sino ideas sobre la belleza, el poder y el reconocimiento y en donde muchas personas socializan y construyen su idea de bienestar. Que los mini alcaldes y mini alcaldesas que gobiernan estas ciudades mágicas, llenas de renos y osos polares, según la temporada, hagan una rendición de cuentas así sea para los duendes de plástico que las habitan en diciembre. Querido niño dios…

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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