Carguen, apunten, fuego

Lo primero que leí fue un trino: «La Fiscalía de Milán investiga ‘safaris humanos’ en Sarajevo. La investigación apunta a viajes a la guerra en los noventa pagando por disparar a personas entre 80.000 y 100.000 euros. Por disparar a niños se pagaba más».

La nota en cuestión recuerda que en aquella guerra de los Balcanes fueron asesinados más de 11.000 civiles por francotiradores y pues eso, que posiblemente, entre los disparadores hubo gente que desembolsó grandes sumas de dinero por serlo, que viajaron desde Trieste, en Italia, hasta Belgrado, en Serbia, donde les dieron el arma, los llevaron a la posición —las tristemente célebres colinas que rodeaban Sarajevo— y ya, carguen, apunten y cuando vieran a alguien intentando cruzar la llamada Avenida de los Francotiradores, pues fuego…

Vi en mi adolescencia una película de Jean Claude Van Damme con un argumento similar: millonarios que pagaban por cazar humanos. Pero ahí está la realidad, que siempre es capaz de superar la más absurda de las ficciones.

Lo compartí en un chat, con un poco de rabia sobre lo que, por acción, omisión o desidia, hemos construido o permitido construir. Una amiga me respondió que sonaba a fake news. Creo que lo dijo más con el deseo, con el ideal de conjurar lo terrible que eso suena: que hay gente dispuesta a gastar parte de su dinero para ser crueles y abyectos.

Y escribo esto último en presente porque, aunque no está probado que los hechos, que están en fase de indagación por parte de la justicia italiana —donde se abrió el caso ante la imposibilidad de hacerlo en Bosnia o en Serbia— sean totalmente ciertos, no los considero imposibles. Que para crueles, los humanos. Eso ya lo hemos demostrado, pero además, ¿¡a qué otra especie se le ocurre matar a sus congéneres por diversión!?

Escribí en otra columna, hace ya unas semanas, que «no todos los millonarios, pero siempre un millonario», porque es sobre gente adinerada en quienes recaen las sospechas y las investigaciones: gente fanática de las armas, de extrema derecha y acaudalados, porque esos entre 80.000 y 100.000 euros de 1992 que se gastaban en darle rienda suelta a su maldad alcanzaban entonces para comprarse un apartamento de tres habitaciones en la Milán de la época.

Porque además de crueles y abyectos, deshumanizados en un nivel que solo es posible —me parece— en quien logra convertir en mercancía y transacción la vida y la muerte de otros para divertirse un rato y luego seguir con rutina, sea lo que esta sea. Y eso me parece que hace más terrible todo. En la mañana pagan para que se les permita asesinar a un desconocido, en la tarde almuerzan con sus amigos o cierran un par de nuevos negocios entre risas, en la noche le dan un beso a sus hijos antes irse a dormir, con la conciencia tranquila.

Escribió Eduardo Sacheri en su novela La noche de la Usina: «Los hijos de puta no saben que son hijos de puta. Mejor dicho: se creen que no. Que son buena gente. O gente común, por lo menos. El hijo de puta tiene siempre cincuenta razones que lo justifican. Cincuenta motivos que lo cubren, que lo escudan, que lo limpian».

Por eso nos corresponde a otros llamarlos como son: hijos de puta.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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