Cada uno va a lo suyo

Cada uno va a lo suyo

Recuerdo una serie de televisión de esas que llegan con fuerza y se esfuman pasados unos cuantos capítulos para perderse para siempre, canceladas sin apenas lograr nada. Se llamaba Flashforward. Su idea era simple: la población del mundo se desmaya toda a la vez, a la misma hora de un mismo día, durante poco más de dos minutos. La mayoría tenía visiones sobre un día en particular del futuro. Quienes no, daban por descontado que no llegarían vivos a esa fecha.

La serie apenas tuvo una temporada. Pero no es de lo efímero que quiero hablar.

Me acordé de ella leyendo una entrevista al cineasta polaco Jerzy Skolimowski. “He vivido mucho, cierto. Pero incluso cuando sufrimos la Guerra Fría había varios bandos y gente luchando por alcanzar compromisos políticos y sociales; hoy cada uno va a lo suyo, con una estrechez de miras que me hacen ser absolutamente pesimista”, dice.

Me siento del bando de Skolimowski, me siento como aquellos personajes de Flashforward que durante el desvanecimiento se quedaron a oscuras, sin futuro.

Skolimowski suma 84 años. Tiene más pasado que futuro, y sin embargo, mira hacia adelante, pero no le gusta lo que ve. “La frialdad de los actuales dirigentes mundiales, no sé si por ceguera o porque su perspectiva es realmente estrecha y cortoplacista, no veo a nadie intentando de verdad salvar al planeta”.

La humanidad es —tal vez así lo ha sido la mayor parte del tiempo— un sálvese quién pueda. “Los niños y las damas van primero, los magnates detrás…”, cantan Sabina y Serrat, aunque tal vez estén equivocados en el orden de salida. Pero tampoco es de los preppers que quiero hablar. O sí. O no sé.

Vi una tira de Quino en estos días en la que un hombre, de entre muchos que están metidos cada uno en sus respectivos y oscuros huecos en la tierra, le pregunta a un personaje que fuma un habano tranquilamente y que sin duda es un millonario, cómo hace para sobrellevar la crisis mundial que afecta a todos. “Depende —responde el tipo— ¿usted sobre quién está parado?”.

Cada uno va a lo suyo.

¿Qué le da esperanza?, le preguntó el periodista David Barsamian a Noam Chomsky. “Las personas que se entregan y luchan, con frecuencia teniéndolo todo en contra —no como nosotros—, con el fin de crear espacios decentes para la vida y un mundo mejor. Ellas son mi fuente de esperanza”, respondió el viejo intelectual.

Para mí es en lo bellamente absurdo en donde está lo que nos sostiene. Porque el mundo se va al carajo y, sin embargo, hay gente como la fotógrafa Roeselien Raimond, capaz de pasarse 10 años fotografiando rostros de zorros. ¿Para qué? Para que sepamos que no todos son iguales, por ejemplo. Que hay unos de hocicos largos y otros de orejas más puntiagudas. Sospecho que lo sabe también Skolimowski, porque de lo contrario no seguiría rodando películas.

No nos salvará el arte ni lo absurdamente bello, por supuesto. A duras penas nos hacen más tolerable este recorrido cuesta abajo que vamos recorriendo y en el que cada quien va, por supuesto, a lo suyo.

También habrá quien me diga que exagero, que la cosa no está tan mal. O que siempre estuvo así y nada pasa. Podrán citar a Enrique Santos Discépolo para confirmarlo.

Y sin embargo hay otro camino. En esa misma charla entre Chomsky y Barsamian, el profesor del MIT lo deja saber: “Si queremos cambiar las cosas, tendrá que ser mediante la cooperación, la solidaridad, la comunidad y el compromiso colectivo”. Nos faltaría averiguar si ya es tarde para cambiar la ruta. Tal vez sí: la pandemia nos demostró que como humanidad tuvimos la oportunidad de ser mejores, pero la desaprovechamos.

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