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Esta semana, Carolina Sanín quiso encender su círculo de opinión con fuertes cuestionamientos a la educación escolar privada en Colombia y, según ella, sus inmorales cimientos y agentes. La educación escolar, acostumbrada a ser la cenicienta en los debates públicos del país, es puesta en la palestra pública con las estruendosas letras de Carolina y, gracias a esto, logra levantar ampolla porque su focus de combate son los afamados colegios privados de Bogotá, de donde se graduaron, naturalmente, la mayoría de los contradictores a sus excéntricas propuestas. No entendieron que, aunque parezcan desproporcionadas y hasta surreales las propuestas de Sanín para la educación en privada en Colombia, éstas tienen un planteamiento base muy alarmente que debemos prestarle más atención: la educación escolar en Colombia es inmoralmente desigual

Y es que los resultados de las pruebas estandarizadas son contundentes -sin entrar a la discusión sobre ellas-. En los resultados de las pruebas Saber 11 del 2021, entre los primeros 100 colegios con los mejores resultados sólo uno, en el puesto 50, es público. Entre los 200 mejores resultados sólo dos colegios públicos se logran colar en el privilegiado ranking, y sólo 24 colegios públicos están en los primeros 500 puestos. El colegio público con mejores resultados en la Medellín más Educada está en la posición 720.

Los efectos de la pandemia abrieron más la brecha educativa entre planteles educativos públicos y privados. Según un análisis de LEE – Laboratorio de Economía de la Educación, de la Universidad Javeriana, “Mientras que, para el 2019 la brecha fue de 24.1 en el puntaje global, en 2021 (el año de la mayor brecha de los últimos cinco años), subió a 26 puntos”. Esta brecha es aún mayor si comparamos colegios por estratos socioeconómicos: en el estrato uno, el puntaje promedio fue de 219 puntos y en el estrato cuatro fue de 299 puntos sobre 500, según nos contó en su columna José Fernando Isaza.

Ahora bien, la inmoralidad que cobija esta desigualdad educativa tan evidente, no sólo se evidencia en los resultados de pruebas estandarizadas, también en la dignidad de los espacios. Según la Secretaría de Educación de Medellín, en la ciudad hay 23 sedes educativas que requieren atención inmediata por riesgos en su infraestructura, 41 que están en alto riesgo estructural, 144 sedes educativas están en riesgo moderado y 200 sedes requieren mantenimiento preventivo. Tenemos años de retrasos en la atención de la infraestructura educativa en Medellín. ¿Se podrán imaginar cómo están su equipamientos y herramientas pedagógicas?, Si esto pasa en la segunda capital del país, ¿logran dimensionar cómo podría ser la situación de los colegios oficiales en los territorios más apartados? Y no quiero mencionar cómo estamos en cuanto a la calidad del personal docente.

Mientras colegios privados en las grandes capitales de Colombia hacen acuerdos internacionales para hacer intercambios culturales y pedagógicos, cuentan con grandes campus y planteles educativos amenos para la exploración y el aprendizaje, contratan una planta docente bilingüe, con altas exigencias y bien paga, tienen procesos de aprendizaje basados en metodologías de vanguardia y poco convencionales, los colegios públicos en todo el país se la guerrean para evitar la deserción escolar por falta de motivación de los estudiantes, situaciones socioeconómicas difíciles o problemas en su infraestructura educativa. Brechas infames que, en el futuro, se traducen en más inequidad y precaria movilización social y económica.

La propuesta, claramente, no sería acabar con la educación privada, mucho menos expropiar sus campus y “democratizar” su oferta. La discusión es relevante porque la realidad es cruel y latente. Comencemos por aceptar que existen enormes brechas difíciles de acortar y que, en la economía de la competencia, estas brechas se cobran caro a los individuos menos favorecidos. Esto es lo que, como sociedad, nos debería de indignar y no las palabras “necias” de una columnista que abrió caja de discusión sobre las brechas infames de una educación inmoralmente desigual. 

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