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Confieso que hasta ahora el 12 de octubre no ha sido, para ir introduciendo el debate, ni una celebración ni una conmemoración que vaya más allá del onomástico de Catalina, una de mis más queridas amigas. De niño, como todos, estudié el descubrimiento (que realmente fue una invasión) y la conquista con esa combinación de fechas y nombres planos, que en principio poco o nada nos decían, con el sentido de aventura, peligro y suspenso que, afortunadamente, le imprimían a la narración algunos profes. Obviamente, en esos relatos, con más o menos énfasis, se señalaban los atropellos, dolores e injusticias que sufrieron los pueblos indígenas y los africanos esclavizados. También se hacían listados, un poco más esquemáticos y aburridos, de los aportes del descubrimiento y la conquista a nuestras sociedades latinoamericanas.

En los últimos años, y rodeado de un estado de crispación creciente en el que el debate se mueve en la cancha del “todo fue criminal” y el “no hay nada porque disculparse”, vale la pena reflexionar un poco sobre el tema.  Un primer asunto que hay que superar, si se quiere realmente tener una conversación sobre esta época y sus acontecimientos, es el de la supuesta homogeneidad del proceso y de los actores involucrados. Esta línea de argumentación, que más parece un lastre, dice: “Todos los que llegaron eran criminales, estafadores y explotadores y todos los pueblos originarios eran puros, pacíficos y justos”. Un segundo asunto, que poco ayuda al debate, es el de la evitabilidad en el que se afirma que era posible que el continente permaneciera libre de intervención europea. El último argumento simplista que se suele esgrimir es el de “la peor opción” o pensar que a los pueblos de las “indias occidentales” les hubiera ido mejor si los primeros en llegar hubieran sido otros (los ingleses o los portugueses). 

Aprovechando el “debate” generado por la no invitación de Felipe VI a la posesión de la presidenta de México, quiero recurrir a algunos de los protagonistas de la conquista de este territorio para remover lastres y, quizás, facilitar la conversación sobre la llegada del Reino de Castilla y León a estas tierras. Creo firmemente que el mismo proceso se podría hacer con la conquista de los territorios posteriormente parte de la Nueva Granada o del Virreinato del Perú.

A partir de correspondencias y documentos, varios historiadores concuerdan que Hernán Cortés y Bartolomé de las Casas se encontraron en Santo Domingo y en Santiago de Cuba en la segunda década del siglo XVI. Cortés, nacido en Medellín en1485 cuando esta era una villa violenta y caótica, estudió latín y leyes y viajó muy joven a La Española en el Nuevo Mundo. De las Casas nacido en Sevilla, un año antes de Cortés, también estudió leyes y viajó a La Española en 1502 a administrar las propiedades su familia. Estos dos hombres que compartieron tiempo y espacio en el Nuevo Mundo son ejemplo de la amplia diversidad de miradas, objetivos, temperamentos y alcances que tuvo la conquista. Cortés fue un estratega militar avezado, un diplomático astuto, un explorador incansable y un guerrero violento e inescrupuloso. Su llegada a Tenochtitlan, las alianzas que consolidó con pueblos enemigos de Montezuma y los mexicas y la manera como doblegó a un imperio mucho más poderoso que su pequeña fuerza expedicionaria son proezas innegables.   

De las Casas, quien en 1510 volvió a Santo Domingo ahora como Dominico, inició un proceso de defensa de los indígenas (posteriormente también de los negros) afirmando, contra encomenderos, militares y otros religiosos, que los mismos tenían alma y por ende derechos y que el reto de las autoridades era llevarlos a la fe católica pero nunca a la esclavitud o la explotación. Esa lucha logró que en 1542 el Emperador Carlos V expidiera las Leyes Nuevas que prohibían la esclavitud de los indígenas y que se consideran, aún hoy, uno de los más importantes aportes al Derecho de Gentes. Ese mismo año el Fraile Dominico publicaba una primera entrega de su obra Brevísima relación de la destrucción de las indias que narraba en detalle las atrocidades cometidas por la Corona y sus representantes en los primeros años de la conquista.

Ninguna conquista es benévola con los conquistados.  El movimiento centrífugo de los imperios europeos de la mano de los avances técnicos en la guerra, las oportunidades de comercio con el oriente y la religión como legitimador, iba necesariamente a llegar al gran continente. Bajo los “estándares de decencia en evolución” lo ocurrido con esa llegada es una barbaridad (en esa época era la norma), pero en los mismos barcos de los guerreros llegaron humanistas, inventos, obras arte, literatura y una gran cultura. 

Las culturas y los pueblos originarios también eran heterogéneos y desarrollaron diferentes sistemas de organización, castas y clases sociales. Hacían la guerra entre si con violencia y esclavizaban a los enemigos que se salvaban de la muerte en batalla. Las mujeres eran botín de guerra. No había tal cosa como solidaridad entre pueblos (se aliaban con los conquistadores o entre ellos cuando esto impulsaba sus intereses), pero en esas sociedades, como en la de los invasores, también coexistían guerreros sanguinarios con líderes visionarios, poetas, sacerdotes y sacerdotisas.

En los pueblos originarios hubo personajes tan o más complejos y enigmáticos que Cortés y De las Casas. En 15 días hablaré sobre la Malinche y Montezuma.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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