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Permítame usted, lector de esta columna, hablar de dos asuntos que no tienen que ver nada el uno con el otro… O quizá sí, no sé.
Primero lo primero.
Hay un hombre. Pero no es un hombre cualquiera, es un náufrago. Es obvio: está en una isla, con la ropa hecha jirones o a punto de serlo. La suya es una isla minúscula. Un islote, diré, para buscar la precisión.
Es, pues, un solitario rodeado de agua salada, parado sobre un puñado de arena en el que logró crecer una palmera. El náufrago ha conseguido, no se sabe cómo o de dónde, un hacha. La empuña con ambas manos, listo para golpear el tronco.
El personaje es ficticio, claro. Es una tira del caricaturista español Andrés Rábago García, El Roto. El cartón tiene una leyenda: ¡Así somos!
Le decía el filósofo Byung-Chul Han al periodista Joseba Elola que el ser humano es el único animal que vive al revés: «Es violento, destruye el medio ambiente, se comporta como las bacterias, que matan a quien deben su vida». ¡Así somos!
A finales de septiembre de este 2023 de nuevas normalidades tan parecidas a las normalidades de antes, dos hombres, uno de 60 y otro de 16, decidieron —porque sí, porque querían y podían, porque les dio la gana, pues— talar el Sycamore Gap, un árbol centenario. ¡Así somos!
El sicomoro, que había ganado notabilidad no solo por ser instagrameable, sino por su aparición en la película Robin Hood: Prince of Thieves, protagonizada por Kevin Costner. Las tomas del tronco cercenado, cortado con motosierra y siguiendo una línea blanca trazada como guía, son la evidencia obvia del actuar humano.
La fila de afanados en pasar del desconocimiento al desprestigio es larga, pero se mueve rápido. ¡Fórmense los interesados y, de ser posible, háganse fotos! Ayer tumbaron un árbol con dos siglos de vida e historia, antier tallaron su nombre en los ladrillos del Coliseo Romano, porque lo importante no es estar, sino dejar huella, cualquiera que esta sea. ¡Así somos!
***
Ahora lo otro.
Llevo una semana en una discusión estéril con alguien a quien quiero mucho sobre la idea maniquea que sobrevuela aún en el escenario político durante la competencia por la alcaldía de Medellín: que para evitar que llegue al poder Federico Gutiérrez arrastrando el cadáver insepulto del uribismo (que no por insepulto menos peligroso) lo mejor es votar por Upegui.
No creo que el triunfo de Federico sea el remedio para la enfermedad que ha sido este gobierno de Daniel Quintero, que pese a su renuncia no se acaba. Será otro dolor, uno diferente que nos hará olvidar del daño hecho, pero dolor también, a fin de cuentas.
Sin embargo, creer que el triunfo de Upegui y su antiuribismo cosmético —es decir, la continuación del gobierno cínico y tremendamente problemático de Quintero— es lo que Medellín necesita, es ser ingenuo o cómplice.
Sí, a estas alturas está claro que Medellín quedará en manos de uno de esos dos, que es esa la competencia. También sé que no tengo por qué elegir a ninguno de ellos, que el voto en blanco y la abstención siguen siendo opciones válidas para cualquier ciudadano.
En fin, que nada ganamos si, para espantar a las fieras del bebedero, tenemos que envenenar el agua. Hay quienes creen que sí. ¡Así somos!
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/