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“El libro es una de las armas que todavía puede defendernos del autogenocidio universal en el que colaboran alegremente la mayoría de las víctimas.”
Julio Cortázar.
Cinco días de verano me enseñaron una de las lecciones que me ha dado mi jardín: que en poco tiempo suceden cosas que no tienen reversa y que cuando se valora algo su cuidado debe ser permanente. Desde que sembramos el jardín llovía con frecuencia. No había faltado el agua sin tener que pensar en ella. Nos fuimos un fin de semana largo en el que brilló el sol de corrido y al volver se habían secado varias lavandas, un mortiño, las primeras flores preciosas de una planta nueva y varias hierbas de la huerta. ¡Qué radicales!, pensé. Pero resulta que, sin excepción, cada momento cuenta. Bolsonaro no puede ganar las elecciones el domingo porque queremos a la Amazonia, a la naturaleza, queremos a Brasil y que sea un país en el que brillen las mujeres, con libertad para las minorías y sin hambre, sin proliferación de armas y sin retroceso en derechos humanos. Todo eso hay que protegerlo antes de que muchos de los cambios sean irreversibles.
Dice la periodista Eliane Brum, una de las que en mi concepto mejor han cubierto el peligro para la Amazonia y para la democracia brasilera, que “La guerra contra la naturaleza, que tiene en Brasil uno de sus principales campos de batalla, será más dura en los próximos años. En el campo democrático, unido en un frente amplio contra Bolsonaro, existe el consenso de que la Amazonia y Brasil solo tienen una posibilidad: que gane Lula. (…) Si Bolsonaro es reelegido, es mejor que el mundo se prepare para presenciar el fin de la Amazonia y, con ella, cualquier posibilidad de que los niños que ya han nacido tengan una vida de calidad”. Y dice el periodista Juan Arias: “No estamos ante la elección de un partido de izquierdas contra uno de derechas, sino de una situación de horror que no solo ha quebrado económicamente al país sino que lo ha dividido en un clima de guerra civil, de lucha interna entre las familias, de violencias y venganzas. (…) de ahí la responsabilidad personal de Lula si gana las elecciones ya que el país está esperando de él más que un cambio político, un cambio de los corazones y la resurrección de la alegría perdida de sus gentes.”
En Brasil hay transformaciones visibles. La selva, talada y quemada, podría perder su clima tropical, con lo cual ya no sería un pulmón, sino que emitiría veneno. También, hay primates que vivían en los árboles que han empezado a pasar gran parte del tiempo en el suelo, debido a que se han extinguido depredadores como jaguares y tigrillos porque la selva está fragmentada, hay solo pequeñas islas rodeadas de tierras de cultivo y ganado. Por otra parte, hay más hambre que en las últimas décadas: más de 33 millones de personas lo sufren diariamente. Y hay cada vez más armas y muchos sabemos el rumbo que toman las sociedades cuando la violencia remplaza la educación. De ahí es difícil regresar.
Dice Daniel Innerarity que “los relatos no son teorías científicas sino estados de ánimo que terminan imponiéndose y resultan más decisivos para configurar la opinión pública que cualquier evidencia». ¿Queremos apelar al lado egoísta, excluyente, violento y utilitarista de las personas, cultivarlo a partir de un relato que lo convierta en la mirada predominante de la vida? ¿O construiríamos una mejor existencia apelando a la humanidad, a la valoración de la diversidad, la naturaleza, la inclusión, la empatía y la compasión? Es que compartimos el mismo planeta…
Eliane Brum dijo también que «el fenómeno político de votar a los peores sabiendo que son peores está representado en Brasil por los millones de personas que votaron contra ellas mismas». Es que votar por destruir la selva, por odiar al diferente y armarse para defenderse de él, y por valores que llevan al retroceso en derechos conquistados durante años no tiene sentido para nadie. Explica ella que no se le debe llamar conservador, pues sería legitimar un absurdo. Quienes eligen a un Bolsonaro son, justamente, esas víctimas que colaboran alegremente en su autogenocidio, como escribió Cortázar.
Terminemos con esta historia preciosa de Ray Bradbury: “Hace unos años me divirtió y me dejó un tanto perplejo un artículo donde un crítico (…) se preguntaba cómo yo había podido nacer y criarme en Waukegan, que en mi novela había rebautizado Green Town, y no me había fijado en qué feo era el puerto, y qué deprimentes los depósitos de carbón y los talleres ferroviarios de más abajo. Pero por supuesto que yo me había fijado; y, genéticamente mago como era, me fascinaba esa belleza. Ni los trenes ni los furgones ni el olor del carbón son feos para los niños. Fealdad es un concepto con el cual nos cruzamos más tarde y que luego siempre tenemos en cuenta. (…) si un muchacho es poeta, en el estiércol de caballo no encontrará sino flores; que son, por supuesto, lo único que ha habido siempre en el estiércol de caballo.”
Algunos ven en la Amazonia madera para talar, campos para ganado, material de negocio. Otros vemos belleza descomunal, el corazón mismo de la vida. Algunos ven a las personas de otros orígenes y otras creencias como una amenaza. Otros las vemos como la maravillosa posibilidad de ensanchar nuestra mirada y vivir más profundamente la experiencia humana. Lo vemos como la puerta para amarnos más.