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“La guerra es el mayor y más brutal motor de cambio. Y la guerra llama a la guerra; sobre todo, cuando ya no hay una superpotencia hegemónica que lo impida. Si Rusia puede contra Ucrania, también China contra Taiwán, Azerbaiyán contra Armenia, e Israel contra Gaza” Lluís Bassets.
“La guerra deja una profunda herida en el alma de las personas. Sigue formando parte de su vida aun cuando la propia guerra haya terminado. Yo tengo la sensación de que, ahora, la guerra está dentro de mí”, dice el escritor ucraniano Andrei Kurkov en Diario de una invasión, sus apuntes sobre el día a día antes y durante los primeros meses de la invasión rusa a su país. En el verano de 2022 escribió que nadie sabía hasta cuándo duraría la guerra, si hasta septiembre o, en ojos más pesimistas, hasta la primavera de 2023. Pues llegó un nuevo 24 de febrero, dos años, ad portas de la primavera de 2024 y en Ucrania continúa esa destrucción a la que el mundo se acostumbró.
Siente uno que repetir cifras, reiterar el sinsentido y el horror, es gritar sobre ruido, consiguiendo solo ensordecer. Así que traigo algunas ideas de Andrei Kurkov que habla, por ejemplo, de la preocupación por el tema demográfico en Ucrania, pues hay seis millones de ucranianos que huyeron a Europa, buena parte mujeres con niños que difícilmente regresarán, pues probablemente sus casas fueron destruidas. Dice que la guerra no acaba en una fecha específica, sino que continúa en los misiles fallidos bajo las tierras de cultivo cuando, meses o años después, destrocen otros cuerpos y con ellos el futuro. Y habla de cómo los niños no querrán aprender ruso, pues dirán: “los rusos mataron a mi padre”.
En su diario, pero también en las imágenes y las historias que hemos visto en estos dos años de guerra, ha sido evidente y esperanzador el papel de la cultura en la sociedad ucraniana, muchas veces de la mano de la solidaridad: desde conciertos bajo los sótanos bajo las bombas, hasta la reapertura de eventos culturales en plena guerra y la impresión de libros en ucraniano en los destinos de acogida de los refugiados que debieron abandonarlo todo, pero no quieren cortar sus raíces. Escribe Kurkov: “La gente no puede vivir sin agua, sin aire y sin cultura. La cultura confiere sentido a la vida de una persona. Se vuelve así especialmente importante en tiempos de catástrofes y de guerras. La cultura se convierte en algo que no puede ser abandonado. Le explica a una persona quién es y a dónde pertenece (…) La cultura ucraniana preserva su independencia respecto de las autoridades y la política. Sirve para proteger la dignidad de cada ucraniano, al margen de su origen étnico o su lengua materna. Es la armadura invisible del alma humana.” Así de vital es la cultura en sociedades que son mucho más que sus productos. Dice el escritor que mientras más ha tratado Putin de ‘desucranizar’ a Ucrania, más se han unido los ucranianos. Son ejemplo de una fuerza que no surge de ninguna otra manera.
“La desaparición del miedo es un síntoma extraño en tiempos de guerra. Se instala como una indiferencia ante tu propio destino y decides, sencillamente, que lo que tenga que ser será”, escribe. Y pienso si la apatía, acostumbrarnos al horror ajeno, será solo la antesala de una renuncia generalizada: la indiferencia ante el propio destino porque ya no se tiene esperanza en el mundo y porque no se está dispuesto a nada en nombre del que sufre. Como si estuviéramos construyendo unas nuevas reglas de juego con unas fronteras invisibles con el terror, y entonces nos dejáramos ir.
Hace unos días, el filósofo francés Edgar Morin dijo que, ante la impotencia para hacer algo concreto frente a la monstruosidad de Gaza, nos quedaba simplemente atestiguarla. Y, terminando el libro, Andrei Kurkov dice: “Ucrania será libre, independiente y europea o no existirá en absoluto. Entonces escribirán sobre ella en los libros de historia europea, ocultando vergonzosamente el hecho de que la destrucción de Ucrania solo fue posible con el consentimiento tácito de Europa y de todo el mundo civilizado.” A mí sí me atormenta que estemos viendo toda esta destrucción y este dolor indecible, y que nada de lo que se supone que es hoy el ser humano sea lo suficientemente humano para detenerlo. Dijo Kurkov que a él le quedaba el consuelo de haber sido feliz muchos años, pero que le dolían los jóvenes, con la vida destrozada. Y entonces me pregunto si, en un mundo liderado por hombres ávidos de sangre y poder, hemos de renunciar todos a la posibilidad de la felicidad.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/