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Esto de llorar de alegría

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Preguntaba alguien en Twitter hace un par de semanas si teníamos en la cabeza buenas noticias sobre Colombia, un país cuya memoria colectiva está atravesada de tragedias.

Saltaron, claro, los logros individuales, artísticos o deportivos, muchas veces alcanzados más por el tesón del artista o el deportista que por el acompañamiento institucional: aquí el talento germina solo, pero siempre le falta abono.

Hagan ustedes sus propias búsquedas. ¿Qué relato armarían de este país si todo dependiera de ese borrador de la historia que son las noticias? Es obvio que ni los medios de comunicación ni al público le interesan los cientos de miles de aviones que aterrizan bien cada día, cumpliendo el itinerario. La noticia siempre será el avión que no lo logra, el que se queda a medio camino, el que se estrella contra las montañas, se pierde en el océano o se lo traga la selva.

El relato periodístico —en Colombia, para no meterme con medios de otras latitudes— está armado desde la desesperanza, desde siempre. Que ahora nos invada la gritería y la búsqueda permanente de agitar los ánimos, es otra cosa, pero desde hace años deambulamos de tragedia en tragedia, de tristeza en tristeza. Aquí, hasta las celebraciones terminan en llanto.

Es el país que nos tocó en suerte, que nos la pone fácil a los periodistas, a los columnistas y hasta a los protagonistas de cada escándalo, porque saben que mañana lo cambiaremos por otro.

Pero de vez en vez ocurre que este dramatismo sin fin llamado Colombia da un giro y nos sorprende. El viernes fue una de esas escasas ocasiones, justo cuando el día se acababa saltó la noticia.

A mí me la dijo Cata, en el carro, mientras íbamos para la casa. Me lo contó con un dejo de duda, porque ya antes nos habían dicho lo mismo y resultó ser una falsa esperanza. “Aparecieron los niños”. Así, eso fue todo. Y cualquiera que estuviera medio enterado de las cosas que pasan en este país sabía de cuáles niños me estaba hablando.

Cambiamos la música por las noticias en la radio. Era cierto, ahora sí era cierto. Lo anuncié en los chats de los que hago parte. No siempre se tiene la oportunidad de ser portador de tan buenas noticias.

Hacía tiempo que no llegábamos a la casa a prender el televisor para ver las noticias, ya por otro lado nos sabíamos las malas nuevas de cada día. Pero esta vez fue diferente, ya habíamos oído, ahora queríamos ver. Ahí estaban los niños, cada uno de ellos, Lesly, Soleiny, Tien Noriel y Cristin Neriman, demacrados, se les notaba el cansancio y el hambre en las fotos. Pero estaban vivos.

Anduve de chat en chat, me paseé por Twitter. Ah, esa sensación de felicidad compartida que encontrabas aquí y allá. Una extraña unión, un logro, uno solo, que sentíamos como propio. ¡Ah, qué rara avis esa noticia! Ojalá, pensé, pasara más seguido esto de llorar de alegría frente a la emisión de un noticiero.

Ojalá, también, la suerte de los niños Mucutuy no sea la de haber sobrevivido a la selva, para que los devore el olvido del estado.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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