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De dioses a animales

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Presumimos ser la especie más inteligente del planeta. La más evolucionada. La más dominante. Primer lugar en todo lo que implique poder. Nos reímos de lo pendejos que se ven los perros persiguiendo una pelota o los gatos mordiéndose la cola. Festejamos los rasgos de inteligencia que nos muestran de vez en vez estos animales domesticados. Bien sea con una patica que nos pide más cosquillas o con maullidos que nos piden comida. Pero los reducimos a eso: pequeños rasgos de inteligencia, nunca superior a la nuestra. De hecho, “qué burro” es sinónimo de güeva. Sí, el burro es utilizado para calificar la torpeza de un humano.

¿En qué se basan los estándares que nos otorgan el primer lugar? O, más bien, los estándares que nos autoproclaman en el primer lugar. No he escuchado de alguna mesa técnica o comité inter-especie para determinar cuál es la más brillante del planeta (si la conocen, me avisan). Para responder a mi inquietud sobre los estándares acudí a ChatGPT. Pregunté si los humanos, en efecto, somos la especie más inteligente. Sin dudarlo y en pocos segundos contestó:

Sí, los humanos generalmente se consideran la especie más inteligente de la Tierra. Nuestras habilidades cognitivas avanzadas, como el razonamiento, la resolución de problemas, el lenguaje y la creatividad, nos distinguen de otras especies. Los humanos han desarrollado sociedades complejas, creado tecnologías sofisticadas y logrado avances significativos en diversos campos, como la ciencia, el arte y la filosofía.

He ahí algunos de los elementos que nos llevan a adquirir el título en cuestión. Felicitémonos, pues nuestras avanzadas y complejas sociedades son las únicas donde el conflicto es constante; donde existe la desigualdad; donde mueren millones a causa del hambre, la enfermedad, la violencia, la tristeza y el suicidio. Nuestra inteligencia es tan superior y nuestro razonamiento tan avanzado que logramos talar bosques y selvas enteras para hacer millones de hamburguesas, buscar minerales que decoren nuestros cuellos y construir muebles que terminan olvidados.

Somos tan creativos que inventamos máquinas especializadas para extraer petróleo y minerales en los páramos. ¿Cómo es que a ninguna otra especie se le había ocurrido destruir las fuentes principales de agua para proteger las grandes industrias y proteger la economía? ¡Somos brillantes! Y somos tan buenos resolviendo problemas que se nos ocurrió la maravillosa idea de arrojar los desechos extras que producimos a los mares. ¡Pues claro! Allá no se van a ver. Hicimos del mar un campo de concentración de millones de especies. Ah, y hablando de campos de concentración, cómo olvidar que estos fueron esenciales  para la Solución Final al Problema Judío. Una pequeña muestra de nuestras capacidades para resolver problemas.

Somos la única especie que llega a matarse por colores, banderas o ficciones. Nos llena de orgullo crear instituciones que ni siquiera comprendemos, pero las tildamos de complejas para convencernos de nuestras capacidades superiores. Siempre tendremos autores “bestsellers” que intentan explicar esa complejidad y nos llenan de orgullo ante nuestra capacidad de evolucionar a punta de desconectarnos del territorio, la armonía y la tranquilidad. Nos muestran, incluso, nuestra facultad de dejar de ser animales para transformarnos en una deidad a punta de chips y tornillos. ¡Somos capaces de buscar un planeta de repuesto para cuando este ya no nos sea de utilidad!

Parece que entendemos que la inteligencia no es la capacidad de utilizar los sentidos y la espiritualidad para vivir, sino la posibilidad de producir y producir sin respetar el equilibrio. Confundimos crear con producir, pues aquello no debería implicar destruir. Creamos para destruir. La crisis ambiental es solo un pormenor de nuestra inmensa creatividad. Parece mentira, pero todo esto es real.

Creemos que las demás especies solo se dedican a cazar y a proteger su ecosistema. No tienen Wi-Fi, ni películas, ni rumbas. Pero ignoramos que sí logran una conexión espiritual y una sabiduría que les permite sobrevivir sin destruir y valorar la vida más allá de la posibilidad de crear una red social. Cuenta la historia que el Jaguar, tras una profunda reflexión espiritual, se convirtió en Serpiente-Jaguar (Pitón) y hasta la fecha es la protectora de las fuentes de agua del Tungurahua (Amazonas)[1]. O el cuervo que, antes de casi ser quemado por el ladrón, liberó el Sol, las estrellas y la Luna[2]. Hay cientos de historias más que relatan cómo las demás especies han logrado una sorprendente conexión espiritual, una sabiduría superior. Una sabiduría tal que los lleva respetar y defender su ecosistema. Una sabiduría que no se alcanza con figuras, objetos, personajes o entidades superpoderosas sino con descanso, ocio, alimentación, hidratación, respiración y equilibrio.

Los animales no humanos logran crear estilos de vida tan simples que les permiten respirar, alimentarse, cuidar su entorno, descansar, soñar y dormir. Todo esto sin chips o inteligencia artificial. Es más, creo que los humanos somos la única especie que requiere de químicos y pastillas solo para dormir. También los únicos que nos abrumados por la necesidad de conseguir nuevos zapatos o celulares. Hemos creado el estrés y cientos de enfermedades fruto de nuestras dinámicas complejas, o, en otras palabras, fruto de nuestra supuesta inteligencia. Enfermedades que nuestra ciencia no ha logrado curar. ¿Cómo se puede sanar un estilo de vida? No creo que un dios se llegara a preocupar porque le falta batería a su celular.

En fin, quizás el nivel más alto de la inteligencia sea ser un jaguar, una serpiente, un gato, o un gavilán. Llámenme pesimista, pero esto es un llamado a cuestionar lo que entendemos por inteligencia y las barreras o jerarquías que construimos a partir de nuestras propias definiciones. Son estos conceptos los que fomentan nuestro deseo de alejarnos de todo lo que sea animal, pero desconocemos que, al hacerlo, no solo actuamos como unos idiotas, sino que nunca lograremos ser los dioses que presumimos ser.


[1] La historia complete, y con detalles, se encuentra en el libro “Los saberes del Tungurahua” de Leonardo Abonía Ocampo de la Editorial Escarabajo.

[2] La historia de este cuervo es del Pueblo Tlingit del sudeste de Alaska. Para curiosos, el nombre de la historia es Yéil ka Keiwa.aa.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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