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«Es mejor acumular peajes que millas», fue lo que nos enseñó mi papá: conocer nuestro territorio primero que el mundo de afuera. Nos dijo Camilo Toro, nuestro guía explorador y fundador de Akua Tribu Viajera. Y así comenzó nuestro viaje por carretera hacia el río Cocorná Sur, a un punto cercano de su encuentro con el principal río de nuestro país. Cinco familias que no nos conocíamos habíamos decidido hacer un viaje diferente y confiar en Monte, un emprendimiento de Medellín que diseña y crea experiencias de aventura y expediciones de naturaleza para familias.
Avanzamos entonces por la vía que de Medellín conduce a Bogotá hasta San Luis. Paramos en su imponente cascada para almorzar y seguimos hasta Doradal. Ya estábamos en tierra de hipopótamos, una especie invasora y víctima a la vez, otra mala herencia del narcotráfico. Estábamos muy cerca del Parque Temático Hacienda Nápoles. Por supuesto, este nombre nos recordaba un oscuro y doloroso pasado que nos negamos a olvidar. Aún hay sitios alrededor promocionando con la cara del capo algunas «atracciones»: En esta piscina Pablo Escobar perdió su anillo.
Estar aquí es una mezcla de extrañas emociones: el asombro que genera la inmensidad y abundancia de la naturaleza, pero también la del miedo y agobio al recordar la temible crueldad de los seres humanos y el daño que el narcotráfico ha causado en nuestro país. No solo términos sociales y económicos, sino también ambientales; se estima que cerca de 160 hipopótamos se expanden ahora por más de 2000 kilómetros cuadrados, una área mucho más grande que la ciudad de Bogotá y en donde se reproducen a una tasa mayor al de su hábitat natural en África. Un estudio reciente de la Revista Biological Conservation, proyecta que de mantenerse este ritmo, los caballos de río podrían llegar a un número cercano a 1500 para el año 2034.
Llegamos luego a Santiago Berrío, un corregimiento de Puerto Triunfo, y allí dejamos nuestros carros. Nos pasamos a un medio de transporte local: la moto mesa o moto balinera, 15 sillas Rimax sobre una tabla y una moto que empujaba sobre los rieles del ferrocarril. Avanzamos entre la exuberancia y la pobreza, entre miles de cabezas de ganado y niños desnutridos. Recorrimos 15.5 kilómetros en 55 minutos hasta llegar a un pequeño corregimiento lleno de pescadores y comerciantes: Estación Cocorná. Allí estaba nuestra cabaña y una pequeña bandera en ella, de nuevo me recordaba que estábamos en tierra de excombatientes: «EN MI PAÍS. NO HAY FRONTERAS, JAULAS, ARMAS, GUERRAS. MI BANDERA ES EL AMOR».
El día aún no había acabado, nos esperaba la bienvenida: una fogata en la playa del río ubicada a muy pocos minutos en bote partiendo desde nuestra cabaña. Subimos de noche río arriba, rodeados de ceibas y esperando la salida de la luna llena. La fogata terminó en brasas. Así iniciaba el viaje por el río Cocorná Sur para encontrarnos con el Magdalena, donde en uno de sus codos nos tenía una sorpresa al siguiente día…les cuento en la segunda parte.
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