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Mujeres bravas, mujeres malas

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En diciembre se intuía que enero llegaría sereno y apacible. Tiempo para adelantar tareas laborales y, otra vez, para adoptar hábitos saludables.  La idea del futuro tranquilo: una ingenuidad mayúscula. Pensar que adelante, en nuestra concepción lineal del tiempo, está la calma es una de las mentiras que con mayor facilidad nos creemos. Si quisiéramos dibujar la vida no sería como la promesa de la flecha ascendente, que va de menos a más. Sería, más bien, como el electrocardiograma, con picos agudos que suben y bajan, cada uno dando origen al siguiente.

Pues enero se impuso, nada sereno, nada apacible. Cada semana, la suma de picos agudísimos terminaba siendo un tipo de evaluación para poner a prueba la sensatez. Y al final, lo redundante: mujer brava es mujer mala. A las mujeres nos castigan las expresiones de rabia; no “esperan” de nosotras insultos, gritos o enfados. Se nos educa para mantener la buena cara, y así, con o sin intención, se nos enseña a no defendernos.

El discurso de las correctas formas está tan asentado que, incluso, terminamos justificando al que nos perturba. Nosotras mismas nos sentimos mal por gritar en defensa de lo que consideramos justo. Esta sociedad machista nos castiga sí o sí: si insultamos, parecemos hombres. Si el hombre insulta, parece más hombre. Si gritamos, somos histéricas -cuando menos-. Si el hombre grita, es que tiene la razón.

La historia de nuestra cultura encuentra sinónimos en el silenciamiento de las mujeres. Y entonces, ellos alzan la mano y dicen que eso ya no es así, que las cosas han cambiado mucho. Pues sí, hay cosas distintas para nosotras; pero la lucha cotidiana por resguardar nuestra integridad es muy agotadora, sobre todo, si tenemos que vivir calculando los efectos de cada expresión de frustración.

Ahora, esta no es una apología al mal trato. Es, en todo caso, un grito de defensa por la posibilidad de expresar la rabia, el dolor, la impotencia que el mismo sistema machista nos produce. Es un esfuerzo por reivindicar en la palabra dura, incluso soez, la fuerza de las emociones. En un escenario ideal, en el que la equidad y el respeto brillen, lo sensato sería mantener la compostura. Pero, en nuestro presente, quedarse callada es más enfermador que gritar un insulto. 

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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