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En la provincia de Valladolid, España, hay una pequeña villa llamada Urueña. Tiene 120 habitantes, dos pequeños restaurantes, cuatro museos, una enoteca, y once librerías.
Si de transporte público se trata, a Urueña solo va un bus que sale de la ciudad de Valladolid los martes y sábados a las 8:00 a.m., y regresa esos mismos días a las 5:00 p.m. Lo primero que se ve al aproximarse al destino es una muralla medieval de color dorado. Es
una muralla que puede recorrerse y que encierra la totalidad de la villa. Todos están dentro de ella.
A la villa la rodea la planicie. Es una planicie llena de colores que se siente infinita, que permite, desde el silencio, apreciar la inmensidad de la vida. Desde su muralla, desde lo más alto, surge siempre la pregunta por la presencia en este mundo y la sensación de necesidad de creer en algo, así sea en la vida misma.
En Urueña vive Esperanza, una filóloga y librera de tiempo completo que tiene una librería especializada en caligrafía antigua. La abre religiosamente de lunes a viernes, pero los sábados y los domingos prefiere pasar libre con Diego, su amor.
Diego, por su parte, es un filósofo y es el director cultural de la villa. En sus ratos libres disfruta preguntarse por Latinoamérica y su expansión cultural, y organizar espacios culturales en la librería de Esperanza.
A los dos les gusta el Ribera del Duero, un vino de Castilla y León que vende Pedro, el dueño de uno de los dos restaurantes de la villa. El restaurante tiene un patio trasero que parece un retiro para escritores,silencioso y lleno de naturaleza.
Esperanza y Diego visitan diariamente el restaurante de Pedro, al igual que Rocío y Eugenia, una pareja de señoras de 75 años que decidieron vivir su retiro rodeadas de libros, por lo que llegaron a trabajar en otra de las librerías de la villa que es muy especial pues es librería-enoteca. Allí, como es evidente, también venden Ribera del Duero.
Este vino no solo es especial para los habitantes de la villa por ser originario de Castilla y León sino porque es el vínculo que los une. Todos, siempre que pueden, comparten una copa de Ribera con el del lado, y ese es siempre el inicio de una amistad. Primero Pedro y María compartieron una copa con Rocío. Rocío compartió con Eugenia, y Eugenia con Diego, Diego con Esperanza, y hoy Esperanza la compartió conmigo.
Al igual que yo, Esperanza y Diego estaban en el restaurante de Pedro. Me enviaron la copa por la curiosidad que les generaba verme sola, con un libro y algunos apuntes. No les inquietaba que estuviera sola, con un libro y algunos apuntes, pero sí los sorprendía hubiera viajado largas horas solamente para llegar a Urueña y estar sola con un libro y algunos apuntes. El vino que compartimos y las miradas profundas vividas desencadenaron en mí muchas preguntas por la vida, por las relaciones y por el perdón. Ese día entendí que en la inmensidad de la vida está también el dolor, inquietante y constante, pero que la verdadera libertad está en poder llegar a la muralla y ver, desde lo alto, que la interacción con otros nos construye, nos potencia. Ahora, siempre que necesito recordarlo, me tomo una copa de Ribera, respiro, y entiendo que estoy en mi propia muralla.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/