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Me criaron en “espacios seguros.” Siempre que teníamos un taller en el colegio, e incluso durante mi primer año de universidad, nos decían que eran espacios para preguntar lo que quisiéramos, para decir lo que sintiéramos. En esos lugares se hacían comentarios que en el mundo real, afuera de estos espacios seguros, se considerarían irrespetuosos o violentos, y no pasaba nada, por el colchón de la seguridad.
Entre los comentarios que escuché, recuerdo este: “váyase para la cocina a hacerme un sánduche.” También escuché a algunos de mis compañeros reducir a Colombia a Pablo Escobar y a cocaína, o diciendo que América Latina necesita de intervención gringa para poder llegar a ser un continente desarrollado.
Alguna veces se hicieron burlas a personas transgénero cuando alguien dijo que así como un hombre podía ser una mujer, él podía ser un helicóptero.
También, muchísimas personas decían que las mujeres estaban “jugando” a ser profesionales, pero que realmente su verdadera pasión yacía en el hogar. Cabe aclarar que muchos de estos comentarios fueron pronunciados por hombres.
En espacios seguros más informales escuché también a muchas personas, a quienes consideraba mis amigos, tildar a una mujer de “puta” por lo que llevaba puesto, como si por usar un escote estuviera invitando a que opinaran sobre su cuerpo.
También escuché a hombres burlándose del maquillaje de las mujeres, lo que me hizo recordar a una persona muy cercana que, durante mucho tiempo, me tocaba la cara intentando quitarme el maquillaje, diciéndome que me prefería natural.
Este año, en una de las clases de la universidad, conocí los “espacios valientes”. Estos espacios en los que no se protege la misoginia, la objetificación, la homofobia, la transfobia, la gran falla de los espacios seguros. Los espacios»seguros» protegen a las personas que en otras situaciones se considerarían irrespetuosas, abusadoras, o pepetradoras de violencias. Los espacios valientes, por el contrario, le aclaran a las personas partícipes que tienen completa libertad de llamar la atención de quienes incurren en cualquier forma de discriminación.
Medellín es un espacio seguro para muchas formas de irrespeto, y sinceramente, de idiotez. Se justifican estos comentarios con el derecho a la libre expresión, pero se ignora que este derecho va también sujeto a otros, como el derecho a vivir sin discriminación, el derecho a la privacidad, a la educación de calidad, o a la libertad de movimiento. Y claro está que la violencia que se crea en un espacio seguro pone en riesgo a muchísimas personas pues, al final del día, el “derecho a la libre expresión” de unos termina costándole sus derechos a otros.
La cultura de odio que genera los espacios seguros es peligrosa. La intolerancia es lo que lleva a que las personas deban ocultar facetas de sí mismos en público; que las personas homosexuales introduzcan a su novia, novio, esposo, o esposa como “mi pareja” por miedo a cómo van a reaccionar los que están a su alrededor; o que las mujeres debamos cargar spray pimienta siempre; o que le tengamos que coger la mano a nuestro novio mientras caminamos por Provenza porque esa es la única manera en la que los comentarios morbosos que recibimos se quedan en miradas.
Esa intolerancia lleva a feminicidio, al asesinato de líderes sociales, a la violencia política que ha regido nuestro país por décadas. La cultura de odio que surge de la seguridad que sienten quienes no aceptan los niveles mínimos de respeto, lleva a la guerra, si no física, definitivamente social.
La discriminación no debería ser protegida, punto. Ni por colegios, ni universidades, ni padres, ni profesores, ni políticos, ni por nosotras mismas. Debería ser denunciada, y debería ser utilizada para servirle de ejemplo a otros desadaptados de lo que puede pasar no solo cuando se infringe la ley, sino cuando se infringe el respeto colectivo que espero tenga algún día la sociedad paisa. Los espacios seguros han sido institucionalizados, y creo que por esto se ven tantos abusos de poder, tanto machismo, tanto conservatismo.
Sé que hay muchas personas que leen y escriben en No Apto que están aspirando a posiciones en el gobierno, y que eventualmente tendrán el poder de opinar sobre la educación en Medellín y en Colombia. Les invito a que ignoren los espacios seguros. A que los desafíen, porque lo que realmente impulsa a una sociedad, lo que cuestiona los sistemas de poder milenarios, es la valentía. Los espacios valientes, en los que a las personas se les da la opción de protestar en contra de la discriminación, son lo que más necesita una ciudad como Medellín. Apoyar los espacios seguros es fomentar la violencia; es excusar a las personas que utilizan retóricas de odio en contra de los grupos marginados en la ciudad, y es continuar apoyando un sistema que nos ha llevado a tener una sociedad fracturada.
Les pido, también, que utilicen su voz dentro de los espacios valientes, especialmente si se es hombre, si se es blanco, si se es privilegiado económicamente. Pueden hacer una diferencia para determinar qué es lo que realmente necesita la gente ¿A quienes están representando? ¿A quienes representarán? Con el salvavidas de un espacio seguro nunca sabrán.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/salome-beyer/