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La forma en la que tratamos nuestros residuos y la importancia que les damos, manifiesta un desinterés, una desconexión y una indiferencia que nos convencen de que no son nuestra responsabilidad, de que es algo que ya está solucionado y que, al momento de botar algo, ésto simplemente desaparece o deja de existir; incluso suena mágico.
Pero, ¿qué es lo que hace que sea tan fácil desentenderse de los desechos que generamos? ¿Por qué es tan difícil tomar en consideración que todo residuo va a terminar en algún lugar y va a causar impactos sobre otras personas y sobre la naturaleza?
Tratar los residuos no tiene por qué ser algo difícil, desagradable o tortuoso, pero sí implica un grado de conciencia y mínima empatía por la existencia del otro y de otros. Si logramos comenzar con poco, con entender el impacto que puede tener lo que generamos, vamos logrando que nuestras decisiones del día a día sean más completas, pues nos permiten ver por adelantado lo que podríamos causar por el solo hecho de saber con qué material estaba hecho algo, o cuál fue el origen de las cosas que usamos y compramos a diario.
Hacernos cargo de nuestra vida implica tomar decisiones, implica tomar riesgos e incomodidades, implica ser consciente de lo que obtenemos y consumimos, así como de lo que desechamos y botamos. Ahora bien, parece que nadie se quiere hacer cargo de su vida; le hemos entregado el poder a otros, al flujo que nos dice qué hacer.
Suena un poco dramático sabiendo que estaba hablando de los residuos, pero estoy convencido de que eso es solo una manifestación de algo más profundo, de algo que refleja lo que está dentro de cada uno y la incapacidad y desconocimiento que tenemos sobre nosotros mismos, sobre lo que queremos y sobre el lugar que ocupamos.