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Carmen Mendivil

El poder y las masculinidades frágiles

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La foto sigue sin cambiar. Hombres se dan la pelea entre ellos por llegar a la presidencia del país. Hemos estado frente una de las campañas presidenciales más desmotivantes para quienes no vemos en ninguna de las candidaturas una opción, y si alguno la tiene, sigue lejos de llegar. Sea quien sea, la tarima se mantiene llena de hombres con un común denominador, sus masculinidades frágiles.

Asistimos nuevamente a esa contienda de machos alfa, pelándose los dientes, golpeándose el pecho, el que más grite, el que más agresivo se muestre contra el otro. Aprendimos a que quien gobierna es quien demuestra tener más mano dura, quien sea más contundente o desafiante.

Y termina siendo la muestra de que la masculinidad frágil se basa en esa necesidad de ser y parecer macho a como dé lugar, en una asfixiante necesidad de mantener el estatus de virilidad, abriendo esas grietas sociales que han rellenado a punta de lo que les aleje más y más de la idea de feminidad. Se definen en oposición a lo que se asignó a lo femenino y con ello a la conciliación, la mediación o la flexibilidad.

Puras masculinidades frágiles en la publicidad del próximo debate presidencial. En la cara se les ve la prepotencia de sentirse más que el resto, mejores que los demás.

Por qué ninguno habla desde la emoción. Me gustaría escucharlos hablar, por ejemplo, de lo difícil que es saber que, a pesar de llegar a la presidencia, habrá problemas que no podrán resolver, o habrá territorios en los que no podrá entrar.

Que nos hablen de la tristeza que les genera comandar las fuerzas armadas y de policía, que también arremeten contra la población civil.

Que nos hablen de los miedos que sentirían al lidiar con las protestas, los desastres naturales, la guerra o los paros armados.

Por qué no nos cuentan que es posible que un día despierten con el desespero y la ansiedad de tratar de garantizar la vida digna de más de 50 millones de personas en medio de los simultáneos problemas cada vez más complejos de este territorio.

En cambio, se les sigue en esa hipnosis que produce el acto de verlos pavonearse para intimidar en la lucha, quien más agreda o ridiculice a su contendor gana adeptos. Y llegando al poder, les alimenta la codicia de no soltarlo, porque además se enseñó a ser el macho que tiene la autoridad, y cuando se es quien manda, la sensación no la quiere ceder tan fácilmente.

Lo peor de todo es que nos acostumbramos como ciudadanía a exigirles eso. Una lágrima sería la condena, porque la ley del más macho deberá mantenerse intacta, aséptica de todo sentimiento de blandura. Las pocas mujeres que han intentado lanzarse a la presidencia han sido inculpadas ante el mínimo desliz, y es cierto que no han llenado todos los requisitos, pero muchos hombres candidatos quienes en igual medida como ellas tampoco los llenan han sido salvados, aunque terminan teniendo las mismas o peores carencias que las mujeres candidatas.

Sospecho igualmente que como la práctica se hace costumbre, tristemente caerán en la tendencia las que vengan en camino, quienes deberán alinearse con las formas de la masculinidad frágil para ser tenidas en cuenta.

Y así en este círculo vicioso, para infortunio nuestro, volveremos a quedar en manos de uno de ellos. Nuevamente en Colombia, como hace más de 200 años, una masculinidad frágil gobernará el país. Esa fragilidad, una de las razones para entender por qué nuestro país sigue tan fragmentado.

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