Tipos de contenido

Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Catalina Franco R.

Aprender para existir

Te podría interesar

Elige el color del texto

Elige el color del texto

Escuchar artículo
PDF

“Intenté imaginar lo que habría sido estudiar en ese edificio, caminar por suelos de mármol todas las mañanas y, un día tras otro, asociar el aprendizaje a la belleza.”

Una educación. Tara Westover.

“Ojalá la muerte sea saberlo todo. Por el momento no queda más remedio que imaginar.”

La uruguaya. Pedro Mairal.

“Pensar es la actividad más peligrosa, quizá más que las bombas atómicas. Puede cambiar el mundo. Por eso Lenin dijo: ‘¡Aprended, aprended, aprended!”

Byung Chul Han.

Esta semana Woody Allen dijo en una entrevista que la vida era estúpida y trágica, y que al pensar así había que elegir entre pegarse un tiro o, en su caso, hacer películas. Las pasiones existen para no limitarse a sobrevivir y para concentrarse en aquello que le permita a uno transformar el dolor en belleza o, al menos, en búsqueda de sentido. Por eso la educación no puede ser un privilegio, para que cada persona descubra la posibilidad que lo ilumine.

Leía la impresionante historia de Tara Westover en “Una educación”, sobre cómo el fanatismo de su padre le impidió ir a la escuela y cómo se abrió camino ella misma hasta cambiar radicalmente su visión del mundo, pues le habían impuesto una que, sin educación, no tenía cómo contrastar. Es imposible imaginar cómo sería la propia vida, quién sería uno, si no hubiera tenido educación. Que sin una guía diversa y profunda el propio universo fuera borroso, filtrado por alguna versión reducida del azar.

Pensaba en la pérdida de existencias desbordadas en sobrevivir. Decía Tara Westover, refiriéndose a la ayuda del gobierno que le permitió pagar vivienda y estudio —a ella, que no tenía nada y quería aprender para salir de la cárcel que era su familia—: “…y después empecé a experimentar la mayor ventaja del dinero: la posibilidad de no pensar en él, sino en otras cosas. Mis profesores pasaron al primer plano, de repente y con nitidez; era como si antes de la ayuda de estudios los hubiera mirado a través de una lente empañada. Los libros de texto empezaron a tener sentido y me sorprendí leyendo más material del exigido.” Terminó haciendo un doctorado en la Universidad de Cambridge y escribiendo este libro.

Es que la educación es el acto más radical de transformación del ser humano. La actual ministra de Cultura de Francia, Rima Abdul Malak, llegó a ese país como refugiada de la guerra de Líbano cuando tenía diez años. “Tuve la suerte de tener un profesor en Lyon que me ayudó muchísimo a construirme a mí misma. Un profesor de francés que nos puso a hacer teatro en clase, que empujó los pupitres contra la pared. Nos dijo: vamos a guardar los manuales, vamos a hacer teatro en clase, a leer. Me abrió horizontes que para mí eran entonces insospechados”, cuenta la refugiada-ministra. ¿Seguimos mirando de reojo a quienes huyen de atrocidades en sus lugares de origen para intentar empezar de cero o les abrimos las puertas infinitas de la inspiración?

Aprendiendo el mundo adquiere matices que posibilitan apreciar su belleza en profundidad. Se equilibra el dolor intrínseco de vivir. Se comprende mejor el propósito de despertar cada mañana. Es posible imaginar. Cómo va a ser lo mismo ver una abeja volando, a contemplarla posándose en una flor sabiendo que sus pelitos se llenan del polen que dejará en su próxima visita, ayudándoles a las plantas, que no pueden desplazarse, a continuar su especie, lo que a su vez sostiene la nuestra, pues los cultivos dependen en gran parte de la polinización. Si uno sabe eso, la mente se funde con esa maravilla —se alegra de ser parte de ella— y tiende a protegerla. Se hace más humana.

La educación abre el mundo y multiplica la belleza, la empatía y el gozo de existir. Será por eso que nos aferramos a los saberes que nos llenan de vida en los momentos más inesperados. Manuel Jabois cuenta esta historia de Emil Cioran sobre el momento previo a la muerte de Sócrates: “Mientras su verdugo le preparaba el vaso de cicuta que fue condenado a beber, el filósofo intentaba aprenderse una complicadísima pieza a la flauta. ¿Para qué quieres saberla, si en unos minutos morirás?, le preguntaron. Para saberla, respondió él. Por el placer de morir sabiendo una cosa más. Por seguir aprendiendo algo mientras ese desgraciado prepara la cicuta.”

Como en La uruguaya, la novela de Pedro Mairal en la que habla de cómo un ukelele que su hijo dejó en casa casi lo salvó durante el año que vivió solo tras su separación. La vida sin inspiración es supervivencia. Hay que construir una sociedad llena de puertas abiertas para que la gente se llene de razones para vivir.

4.9/5 - (12 votos)

Te podría interesar