Un manifiesto por el juego

Un manifiesto por el juego

Apenas llevo seis meses como papá. Aún digo que estoy estrenando el rol de padre; lo que ha implicado aprender a ejercer esta retadora pero hermosa misión de la vida. Esto significa que he pasado desde libros como el del famoso método pedagógico Montessori, hasta ser seguidor de una docena de cuentas de Instagram que prometen revelar las claves para ser padres perfectos.

La exposición a todas estas temáticas y contenidos me ha llevado a pensar en el juego, un concepto esencial en la niñez e infravalorado en la adultez.

En el afán de querer que nuestros hijos sean competentes, mejores que nosotros o mejores que otros; los embebemos en una agenda de actividades en la que el juego queda relegado a sus escasos tiempos libres. Y lo confieso, mi estructura ingenieril me hace ver el tiempo como un recurso escaso y me llego obsesionar un poco con el manejo de este recurso, lo cual agobia porque finalmente, creo que el control de tiempo es una quimera y llego a sentir temor de trasladar a mi hijo esa rigidez.

De hecho, recuerdo, hoy con vergüenza y arrepentimiento, que en el pasado me sentía orgulloso de utilizar mis tiempos de recreo en el colegio para estudiar o adelantar tareas, pues sentía que de esa manera no perdía tanto tiempo y quedaba mejor preparado para la vida.

¡Cuán equivocado estaba! Hoy, irónicamente, quienes más jugaban en los recreos son quienes mejor desempeño profesional tienen. Obviamente son más creativos, más innovadores y con más altos niveles de inteligencia emocional.

Y es que normalmente, los niños tienen hambre de juego. Un hambre que los adultos debemos ayudar a saciar. Jugar es inherente, dado que permite el desarrollo físico, síquico y social de los niños. Por ejemplo, se desarrolla la coordinación, el sentido espacial, el equilibrio y la motricidad gruesa y fina. Además, ayuda a desarrollar la habilidad para resolver problemas y es un medio para aprender normas sociales.

De hecho, Steve Keil, un emprendedor búlgaro, tiene una causa a la que me adhiero. Su causa es promover el juego como una actividad esencial en todas las etapas de la vida. Keil, en una charla de Ted*, señala que luego de la Segunda Guerra Mundial, Bulgaria quiso ser el país más desarrollado de Europa y estableció que su prioridad era la formación de sus ciudadanos. Se consideró que jugar, divertirse, o reírse era una pérdida de tiempo que los apartaba de sus objetivos. Las escuelas eliminaron los recreos y establecieron que los alumnos se dedicaran a estudiar. Los efectos fueron completamente inversos. Bulgaria es el país con el más bajo ingreso per cápita, y el servicio de salud pública más frágil de Europa. Tienen los peores resultados en las pruebas de lectura y matemáticas. Sus habitantes son poco emprendedores, innovadores y ha sido clasificado como el lugar más infeliz de la tierra.

Como los manifestó el Doctor Stuart Brown, un siquiatra y fundador del Instituto Nacional para el Juego de los Estados Unidos: “Jugar es fundamental no solo para ser feliz, sino también para mantener relaciones sociales y ser una persona creativa e innovadora”.

Aprovecho esta columna para promocionar el juego de cartas de No Apto, que ya está a la venta. Este es un juego de mesa para hablar de los que nos dicen que no se debe hablar en la mesa. Un juego donde no hay ganadores ni perdedores y en el que la única regla es escuchar todos los puntos de vista.

*https://www.ted.com/talks/steve_keil_a_manifesto_for_play_for_bulgaria_and_beyond?language=es

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