Un polizón es una persona que toma el bus y no paga el tiquete. Dentro de la literatura económica, cuando alguien usa un bien público (infraestructura, seguridad, legislación…) y no contribuye, es llamado un polizón (o freerider). Es decir, los polizones de la economía son esos mismos que tanto se cuelan en Transmilenio, pero también hay otros comportamientos.

Los ricos (y dejemos claro, los ultra ricos) tienen una capacidad especial de defenderse y hacer valer sus intereses. Pueden arrancar de los gobiernos concesiones tributarias que otros ciudadanos nunca obtendrían. Mucho de esto se obtiene con un chantaje vía empleo, el típico “bájeme los impuestos que voy a contratar diez mil empleados en su circunscripción”.

Es el caso de Apple, que ha decidido establecerse en Irlanda, aprovechando la baja tasa de impuestos de ese país. Así, Apple puede vender en toda la Unión Europea (UE), y se ahorra millones de euros al año, sin que al fisco europeo llegue algo de estos recursos. Peor aún, cuando hace unos años la Comisión Europea falló que Apple y otros gigantes tecnológicos debían cancelar una multa por disfrutar de “ventajas fiscales ilegales”, la respuesta del gobierno irlandés fue que no les interesaba cobrarles. La razón: los empleos que la empresa genera en la isla.

Se entiende que para una pequeña isla como Irlanda, sean más importantes los empleos, que por lo cierto los obtiene con muchísima facilidad (ignoremos que el valor de la multa habría duplicado el recaudo del gobierno). Pues la prosperidad del continente la han creado sus ciudadanos y sus gobiernos, con su infraestructura, su educación, su red de seguridad social (tan eficiente en retener el talento durante las crisis), sus empresas que sí pagan impuestos en donde tienen presencia. Cuando Apple se lucra de todo esto, pero tributa pura calderilla, se vuelve un polizón. En contraste, un negocio pequeño en Francia o Alemania no tiene la posibilidad de establecerse en Irlanda para que le bajen los impuestos. Pero debe seguir contribuyendo en sus países para los trenes, carreteras, aeropuertos, educación, seguridad social, regulación, seguridad y demás… cosas que le sirven a todos, incluyendo a Apple.

No en vano, la migración tributaria es un privilegio de los ricos. Los demás no tienen forma de empacar e instalarse donde las tasas de fiscalidad sean menores.

Ya sea Gerard Depardieu (quien lamentándose por los impuestos en su natal Francia, le recibió un pasaporte ruso al celebérrimo defensor de la libertad, Vladimir Putin), o Eduardo Saverin, cofundador de Facebook, quien renunció a la ciudadanía norteamericana para escapar del fisco e irse a Singapur, los más ricos encuentran cómodo irse a donde puedan pagar menos. No importa que la industria de cine de Francia haya enriquecido a Depardieu. O que el gobierno norteamericano haya producido cosas que redundaran en beneficio de los emprendedores, especialmente la legislación, que se dice favorece al inversionista e incentiva la toma de riesgos, cosa de la que Facebook se ha beneficiado.

Se entiende entonces la atractividad de ser un paraíso fiscal. Para cualquiera es bueno captar los recursos que traigan ricos de otra parte, disfrutar de los empleos que se creen por la llegada de esos capitales, y simplemente olvidarse de los bienes públicos que en alguna parte del mundo han dejado de crearse.

Los ricos, váyanse a los bancos en los opacos paraísos, y los demás, a tributar para que los gobiernos puedan enfrentar los grandes problemas del mundo (algunos creados/agravados por los ricos): pandemias, calentamiento global, éxodos, contaminación, empobrecimiento del suelo, destrucción de ecosistemas y pérdida de biodiversidad, desinformación en medios y redes sociales.

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