Para escuchar leyendo: Preguntas por Puerto Montt, Víctor Jara.
El cuerpo del otro, muerto, sigue siendo una pregunta que nadie quiere contestar.
Desde que se conoció el asesinato de Luis Fernando Sánchez, asesor de la Alcaldía de Mosquera, a manos —según las versiones iniciales de la propia alcaldesa— de hombres pertenecientes a la Armada Nacional. El hecho ocurrió el pasado 6 de septiembre en circunstancias que todavía no se aclaran del todo. Lo que sí está claro es que Luis Fernando no estaba armado, no era una amenaza, no estaba cometiendo ningún delito. Estaba vivo, y ahora está muerto.
La historia de Colombia está plagada de muertos sin explicación, de familias esperando respuestas, de instituciones que callan o tergiversan. Pero cada vez que uno de estos crímenes vuelve a ocurrir, la pregunta no pierde vigencia: ¿y la justicia?
Luis Fernando no era una figura pública de alto perfil. Era un líder social, no un comandante insurgente, ni un testigo clave en un caso de corrupción. Era un empleado público. Un funcionario del común, dedicado a las labores cotidianas de su vocación. Por eso, su muerte duele más: porque muestra que el aparato de la violencia puede caer sobre cualquiera, en cualquier momento, sin justificación, sin consecuencia. Y, hasta ahora, sin justicia.
La familia de Luis Fernando ha pedido algo simple: verdad. La Alcaldía de Mosquera ha exigido justicia. Y la ciudadanía, con razón, clama por seguridad. No solo por este caso, sino por todos los otros casos que se entierran en el silencio institucional.
Colombia necesita un Estado que no mate. Que no dispare antes de preguntar. Las Fuerzas Armadas, a las que tanto se les ha pedido sacrificio y entrega, deben entender que su legitimidad no se construye con fuerza, sino con transparencia, rendición de cuentas y respeto por la vida civil.
El asesinato de Luis Fernando Sánchez no puede ser uno más en la estadística. No puede quedar reducido a un “error operacional” ni a un “exceso de fuerza”. No puede quedar en manos de la burocracia castrense ni bajo la alfombra de la costumbre. Este crimen exige una respuesta clara y pública. Una investigación independiente. Una sanción proporcional. Una disculpa real.
Y exige también que la sociedad colombiana se atreva a preguntar, a no quedarnos con el silencio estruendoso que hoy rodea la noticia. Preguntar incomoda, pero no hacerlo nos condena a repetir la historia. Mosquera hoy se suma al mapa del dolor, a la geografía de la impunidad -porque como dice Juan Mosquera, uno en Colombia aprende de geografía por la violencia-. Y es justamente desde esos lugares —donde el dolor no se grita, pero tampoco se olvida— desde donde debe surgir la demanda colectiva por un país diferente.
No podemos permitirnos pasar la página. Luis Fernando ahora es un símbolo de todo lo que está mal cuando el poder no se controla, cuando las armas apuntan en la dirección equivocada.
Preguntamos por Mosquera, como se preguntó por Puerto Montt. Y no podemos dejar de preguntar hasta que haya verdad, justicia y reparación.
¡Ánimo!
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