El martirio como escape

Gustavo Petro siempre ha tenido marcados rasgos de una personalidad mesiánica, exacerbada por un delirio de persecución permanente que tiene sus raíces, tal vez, en sus años de militancia política y armada en el M-19. Durante sus gobiernos —tanto en la alcaldía como en la presidencia—, y en sus periodos como congresista, esa idea se ha alimentado bajo la premisa de la persecución política, la inhabilitación, el intento de asesinato o, su más reciente obsesión: el golpe de Estado.

Petro es un hombre que suele compararse con personajes bíblicos, literarios, de la historia universal o de nuestra enrevesada historia política. Ha dicho de sí mismo ser profeta, el último Aureliano; se ha comparado con Bolívar o incluso con Salvador Allende, el presidente chileno que pereció en ejercicio de su cargo mientras los militares chilenos, con ayuda de Estados Unidos, bombardearon La Moneda para instaurar una dictadura militar que acabaría con la vía chilena al socialismo. En este último quiero detenerme: en el paralelo que muchas veces ha planteado Petro.

Allende, a pesar de liderar un proyecto socialista radical, mantuvo siempre un respeto riguroso por la institucionalidad democrática y la legalidad, incluso en momentos de extrema adversidad. Petro, en cambio, ha demostrado un estilo confrontacional y personalista que muchas veces raya en el autoritarismo. Su tendencia a descalificar a la prensa crítica, atacar a la oposición con adjetivos despectivos y desconocer límites institucionales revela formas de ejercer el poder más cercanas al capricho que al respeto democrático. A diferencia de Allende, cuya figura se asocia al sacrificio y la dignidad frente a un Estado que lo traicionó, Petro parece más cómodo en el terreno de la mezquindad política, recurriendo al resentimiento y a la manipulación para imponer su visión, debilitando con ello las causas sociales que dice defender.

Por sus declaraciones, se podría intuir que, de alguna forma —perversa, por decir lo menos—, Petro añora un final como el de Allende: un desenlace que le permita pasar a la historia como un mártir redimido de sus pecados por una muerte heroica, y no como el nefasto, corrupto, mediocre e incompetente presidente que ha sido.

Por ello, el deseo de tantos ciudadanos de separarlo de su cargo termina siendo funcional a su narrativa victimista. Preocupa más, incluso, la torpeza de exfuncionarios como el excanciller Leyva, que, según reveló una investigación del diario El País, viudo del poder, intentó conspirar en Estados Unidos con congresistas para derrocar al presidente Petro.

Petro debe terminar su mandato, como lo manda la Constitución, a la que paradójicamente él mismo amenaza. Pretender lo contrario no solo es caer en los mismos atajos ilegales que el presidente ya ha demostrado estar dispuesto a tomar, sino además regalarle la épica que tanto busca. Lo que necesita Colombia no es un mártir, sino un responsable claro del desastre; no una leyenda victimista, sino una historia que cierre con justicia: la de un presidente que, lejos del heroísmo, terminó ahogado en el descrédito de su propio desgobierno.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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