Entre la legitimidad y el vandalismo

Entre la legitimidad y el vandalismo

Cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, una fecha que promueve la reflexión y la memoria en una sociedad donde la violencia patriarcal está profundamente arraigada. Ser mujer en Colombia implica enfrentar altos riesgos de seguridad en diferentes ámbitos, menores oportunidades, mayor precariedad laboral, salarios más bajos, diversos tipos de violencia y discriminación, sobrecarga de labores de cuidado, etc. Las cifras, que tienden a volverse parte del paisaje, nos muestran el enorme sufrimiento de las mujeres en nuestro país. El año pasado, el INS reportó más de 50.000 casos de violencia contra mujeres. Desafortunadamente, Medellín fue el distrito con el mayor número de registros.

Según datos presentados por la Procuraduría, con corte a octubre del año pasado, en Colombia se reportaron 187 feminicidios. De estos, en 129 casos los agresores presuntamente fueron parejas o exparejas de las víctimas. Las mujeres no están seguras casi en ningún lugar, ni siquiera en los entornos que se podrían considerar “seguros”, pues, como evidencian las cifras de feminicidios y violencia sexual, la mayoría de los agresores son personas cercanas: parejas o familiares.

Sobran las razones para protestar, para gritar y para llorar por cada vida perdida, por cada sueño y esperanza mutilada por esa violencia machista que todos, de una u otra forma, en mayor o menor medida, por acción u omisión, hemos ejercido o permitido. Por ello, celebro y aplaudo la valentía de aquellas mujeres que, con determinación y enorme dignidad, salieron a marchar por ellas, por sus derechos y por los de sus amigas, hermanas, madres, abuelas, compañeras y de todas aquellas que no pueden alzar su voz, porque les fue arrebatada.

La mayoría de las manifestaciones fueron pacíficas y constituyeron un espacio de encuentro para celebrar la vida de las mujeres con arte y cultura. No obstante, pequeños focos de violencia ensombrecieron, en cierta medida, este día. En Bogotá se registraron daños en buses, alimentadores y estaciones del sistema TransMilenio, además de grafitis y ventanas rotas en propiedades privadas, edificios gubernamentales y establecimientos de comercio. Sin embargo, tal vez lo más destacado en redes sociales, y objeto de discusión, fue la destrucción del monumento al prócer Luis Carlos Galán.

Un grupo específico de mujeres encapuchadas vandalizó el monumento con pintura y le prendió fuego. Esto desató una oleada de comentarios en redes y la condena generalizada al movimiento feminista. Es preciso señalar varios aspectos: primero, no se puede caer en la falacia de la generalización indebida catalogando de vándalas o delincuentes a un colectivo que, en su mayoría, se manifestó de forma pacífica. Segundo, aunque muchos procesos sociales y sus respectivas manifestaciones sean plenamente legítimos y democráticos, la torpeza y el sectarismo terminan por robar protagonismo, restarle brillo a la causa y deslegitimarla.

Ese hecho específico fue un acto brutal contra la memoria y el legado de un hombre que luchó por la paz, la justicia y los derechos humanos. Fue uno de los colombianos con gran altura moral que se atrevió a enfrentar a las mafias que, a punta de plata o plomo, descompusieron la estructura social. Un hombre que murió asesinado por defender el sentido común, la libertad, el orden y la justicia, y que siempre consideró a la mujer como una figura estructurante de la sociedad. Tal vez este acto de barbarie no tenga sus raíces específicas en un tema de género, puesto que Galán fue un defensor y promotor de esas causas. Quizá responda a algo más ruin y abyecto: la instrumentalización de la lucha por parte de ciertos sectores para lesionar política y moralmente a su hijo, el alcalde Carlos Fernando Galán. Lo paradójico es que, desde donde presuntamente provienen esos ataques, está más que probado el encubrimiento y el auspicio de abusadores y maltratadores. Por último, dejo una consigna que se debería repetir en múltiples escenarios: el vandalismo no es protesta, es delito.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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