Francis Fukuyama publicó recientemente una columna en la que describía las características del actual gobierno de Estados Unidos. En ella mencionó el trabajo de Steve Hanson y Jeff Kopstein, que rescata la noción de gobierno patrimonialista para caracterizar el mandato de Trump. El patrimonialismo es un concepto propuesto por Max Weber hace más de un siglo. Fukuyama argumenta, entre otras cosas, que hay dos motivos por los cuales el adjetivo fascista no es preciso a la hora de hablar del actual presidente de Estados Unidos. 1. El fascismo está asociado con el genocidio y el poder totalitario. 2. El fascismo tiene una profunda carga ideológica. Lo de Trump hasta ahora no se ha convertido en limpieza étnica y es difícil identificar un ideario detrás de su comportamiento.
Lo que sí hay — y de ahí la claridad del término patrimonialista— es un deseo de utilizar el poder público para favorecer ciertos intereses privados. Weber utilizó este concepto para describir a casi todos los regímenes premodernos en los que no existía una clara distinción entre la propiedad del Estado y la del gobernante. El gobierno era considerado como una extensión de su potestad. Todo era propiedad del gobernante y estaba a su disposición. La asignación de las tierras, la administración de la justicia y la capacidad de violencia. No existía entonces la posibilidad de juzgar a uno por utilizar el poder del gobierno para beneficiar a su familia o a sus amigos.
Lo que ocurre actualmente, de acuerdo con Fukuyama, es un fenómeno de repatrimonialización en el que el Estado moderno, que se supone impersonal, es cooptado por élites que quieren agenciar intereses privados. Acá el argumento de Fukuyama parece ingenuo. La democracia representativa liberal ha tenido siempre esa dificultad. Sus críticos han señalado muchas veces la necesidad de incluir a más sectores en la toma de decisiones. Sin embargo, el nivel al que ha llegado Trump, y algunos de sus aliados como Javier Milei, es mayor que las habituales deficiencias del sistema democrático. Hablamos de un nuevo régimen cuyo objetivo es favorecer intereses privados sin ningún límite.
El papel que los ultrarricos tienen en el gobierno de Estados Unidos o el más reciente escándalo de la criptomoneda en Argentina, son ejemplos de este patrimonialismo del siglo XXI. Algunos como Robert Reich prefieren el apelativo de plutocracia. Lo que sí parece cierto es que fascismo es una categoría corta e imprecisa para describir lo que pasa en EEUU. Una de las principales funciones de la teoría política es ofrecer herramientas para entender lo que pasa en el mundo. Nombrar con exactitud los hechos permite entenderlos de una mejor manera. La amenaza de la democracia liberal debe ser descrita con las categorías correctas.
Aquí pueden el artículo de Fukuyama: https://www.persuasion.community/p/making-the-world-safe-for-criminals
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/