Cuando empecé a estudiar Ciencia Política en 2015 se hablaba mucho de que el mundo estaba dando un paso preocupante a la derecha. Recuerdo que se debatía sobre comentarios y acciones de Viktor Orbán -todavía primer ministro de Hungría- y de cómo inspiraba nuevas derechas en Europa.
La re-popularización de las derechas a día de hoy ha sido todo un éxito. Aunque tuvo algunos fracasos como la derecha light e institucionalista de Ciudadanos en España o el breve embate del Frente Nacional de Le Pen en Francia. Lo cierto es que durante los últimos 10 o 15 años, las “nuevas derechas” han logrado cooptar grandes porciones dentro de la arena política en el viejo continente y en todo el mundo.
Uno de sus prototipos más exitosos es el del outsider “antisistema”, como se puede ver en Vox de España, Bukele en El Salvador y Trump en Estados Unidos. Ese outsider logra capturar popularidad por medio de una crítica al estado actual de cosas -que bien podría abanderar cualquiera- y se apalanca en su condición de no-político -o a veces no profesional desde un inicio-, para venderse como la solución al problema. Sin embargo, los ejemplos han demostrado que más que pretender un cambio sistémico -institucional-, busca un cambio cultural. Mientras es aliado de los principales poderes políticos y económicos y los protege, promueve cambios o retrocesos en materia de derechos y política social del Estado.
En los últimos meses, hemos visto en vivo y en directo cómo Trump encaja perfectamente esta descripción. Sus primeras actuaciones de gobierno incluyeron eliminar toda la información del gobierno central sobre el acceso a salud femenina -toda, no sólo la referente al aborto-, además de revertir políticas para la promoción de la inclusión y el cierre de brechas de género y raza.
No contento con eso, ha sido promotor de grave desinformación para justificar sus acciones. La más reciente, decir en su aparición ante el congreso esta semana, que su gobierno había recortado 8 millones de dólares en financiación de estudios de transición de género adelantados en ratones. No tuvo que pasar mucho tiempo para que investigadores y periodistas se percataran de que a lo que realmente se refería, eran estudios sobre efectos de productos transgénicos y cambios hormonales -entre otros- en la prevalencia y aparición de enfermedades.
Sobre Trump y Estados Unidos, dos situaciones recientes me han parecido en exceso preocupantes. La primera, limitar el acceso de medios a las ruedas de prensa del gobierno para permitir únicamente la participación de quienes lo presentan de manera positiva; lo que ha llevado al despacho oval hasta a pasquines activistas a cambio de grandes medios tradicionales.
Lo segundo sucedió durante el discurso ante el congreso que mencioné antes. A los pocos minutos de iniciar Trump su discurso, fue interrumpido por Al Green -congresista del Partido Demócrata- quien manifestó su descontento frente algunas afirmaciones del presidente. En respuesta, Mike Johnson, portavoz de la cámara de representantes y republicano, ordenó que se sacara a Green del recinto. Ahora se habla de que la bancada republicana explora acciones legales en contra de Green.
La misma situación ocurrió tiempo atrás durante la presidencia de Biden, cuando la republicana Marjorie Taylor Greene interrumpió al entonces presidente, lo que tuvo un desenlace diferente al ejemplo anterior, pues no fue retirada.
El talante antidemocrático de las nuevas derechas se demuestra día a día. Llevar el ejército al congreso, eliminar políticas de inclusión y salud reproductiva, o promover agendas anti-derechos, son algunos de los ejemplos recientes. Hoy es inexacto decir que Trump y otros líderes mundiales son fascistas, o nazis; sin embargo, como van las cosas, un paso de más a la derecha y el mundo estará en graves problemas.
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