Defender la vida

Pienso otra vez en los inmigrantes. En aquellos que eligen —casi siempre porque no hay más opción— irse de su hogar en busca de oportunidades a lugares más afortunados —o no— del planeta.

Hace tres años y medio, a Samuel Luiz lo mataron a golpes. Cuatro jóvenes lo increparon mientras caminaba por el paseo marítimo de su natal La Coruña. Le gritaron “maricón”, lo patearon, le dieron golpes en la cabeza y en las costillas. Muchas personas vieron la turba de estos cuatro hombres españoles atacando a otro porque sí. Sólo dos personas acudieron a ayudarlo: los senegaleses Ibrahima Diack y Magatte NDiaye. Dos inmigrantes intentaron salvarle la vida.

Los asesinos fueron condenados por un delito de carácter homófobo, destacando “absoluta falta de empatía y crueldad”, según la sentencia final de la jueza que llevó el juicio.

Una situación de intolerancia y odio desbordada entre connacionales. ¿Por qué tanto afán e insistencia en Europa de revivir los nacionalismos e ideologías fascistas, cuando ni sus propios ciudadanos pueden convivir en paz? ¿Qué está ocurriendo en el mundo para que las ideas de segregación sean de nuevo populares y se inserten de manera tan potente en la mente de los jóvenes? Muchos de ellos nietos y bisnietos de supervivientes del Holocausto y otros conflictos de Europa.

Como respuesta a estos interrogantes surgió el discurso woke que para muchos suena tan peligroso porque es el discurso de las minorías contra los ya establecidos. Lo woke, que significa desperté, puede parecer a veces impuesto y trendy. Una especie de artificio para entrar en alguna moda sin comprender muy bien la naturaleza de lo que se está defendiendo, sin embargo, es también un llamado a la empatía y al respeto, como lo dijo la actriz Jane Fonda en la pasada entrega de los premios del Sindicato de Actores de Cine de Hollywood, “Ser woke es simplemente que te importen los demás”.

Europa tiene hoy cinco naciones con gobiernos de extrema derecha, y muchos otros con alta representación en los parlamentos, que recrudecen las medidas contra los inmigrantes, contra la comunidad LGBTIQ y contra todo lo que no sea europeo. Basta con escuchar a Giorgia Meloni en Italia, a Marine Le pen en Francia, o a Viktor Orbán, quien lleva catorce años en el poder y es aliado de Putin, para sorprenderse con sus discursos regionalistas que enaltecen la xenofobia. Entonces me encuentro con la noticia de que dos senegaleses indocumentados pusieron en riesgo su estatus migratorio para salvar la vida de un joven español —que perfectamente podría ser un gobernante antinmigración y xenófobo o simplemente alguien que apoye este tipo de ideas—  y pienso en que la vida no es algo tan difícil de defender pero la complicamos con barreras ficticias y estereotipos antiguos que desconocen el mundo en el que vivimos hoy, y que tener empatía es sólo cuestión de estar atentos. De estar despiertos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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