Volver paisaje

¿Cómo se sobrevive en un país que lleva casi 80 años en una guerra permanente que cambia de actores y de bandos, pero deja el mismo reguero de muerte a su paso? “Colombia atraviesa un complejo panorama de orden público”, dice el lead de una nota en El Espectador. Es un artículo del 21 de febrero de 2025 que habla del paro armado en Chocó, de secuestros en Guaviare, de explosiones en Cauca, de asesinatos en Norte de Santander.

Podría ser del 23 de junio de 1990, de octubre de 1997 o del 10 de abril de 2001. O de antes, también. Y puede que en el futuro se repita una nota similar, porque nuestra historia es una espiral a la que parecemos condenados.

Pero no es solo aquí.

¿Cómo se vive en un mundo donde hace tiempo que la fuerza es siempre la razón y un gobierno puede desaparecer todo un territorio del mapa y seguir diciendo —y reclamando para la historia— que son ellos las víctimas?

¿Cómo salimos a la calle como si nada y vivimos y gozamos y nos indignamos con fruslerías cuando necesitamos, calcula Oxfam, 230 años para erradicar la pobreza de este mundo desinteresado en acabar con las desigualdades, pero sí en celebrar como un logro la acumulación de lo mucho en manos de los pocos?

Dice la misma Oxfam que a las cinco personas más ricas del planeta les bastaron cuatro años (de 2020 a 2023) para duplicar sus fortunas. En ese mismo lapso, la riqueza acumulada de 5.000 millones de personas se redujo. Seguro que las cosas no cambiaron en 2024 y no lo harán en 2025 ni en 2026 ni en 2027…

Lo dije antes y lo repito ahora, que la cosa ya no es sálvese quien pueda, es sálvese el que tenga con qué. Y quién sabe, tal vez es que la forma más humana de escapar del horror es esa, volver todo paisaje: el hambre, la desigualdad, las guerras, la violencia, el retorno del fascismo —que ya ni disimulan y lo muestran con orgullo con saludos nazis en convenciones multitudinarias donde les aplauden el gesto y se los celebran—.

Tal vez por eso nos da todo igual y nuestras congojas e indignaciones son momentáneas, efímeras. No porque nos dejen de importar, sino porque no podríamos cargar con ellas para siempre.

«¿Y? ¿Tenemos nosotros la culpa? ¡No! ¿Podemos nosotros solucionar semejante problema? ¡No! Lo único que podemos hacer es indignarnos y decir «Qué barbaridad»!», le hace decir Quino a Susanita. ¡Qué barbaridad!, repite. Y luego sentencia: «Listo. Decí vos también tu «Qué barbaridad», así nos despreocupamos de ese asunto y podemos ir a jugar en paz».

La Tierra no es un lugar para quienes se dejan ganar por el pesimismo. «¡Saludo a todos mis amigos! ¡Ojalá lleguen a ver la aurora tras esta larga noche! Yo, excesivamente impaciente, me adelanto a todos ellos», dejó escrito Stefan Zweig en su carta de despedida, cuando intuyó como inevitable el triunfo del nacionalsocialismo y el derrumbe de la Europa que en la que había vivido que, sin embargo, era la misma de los imperios y el colonialismo.

El Reich cayó tres años después de su suicidio. Alguien dijo entonces —y aún hoy otros lo señalan— que Zweig había pecado de impaciente.

No lo sé. Quizás —especulo— entendió que la historia es un bucle infinito y que no le sería suficiente con cerrar los ojos y alejarse, que le sería imposible levantar los hombros y pensar para sí, «qué se le va a hacer». ¿Y los demás? Pues bueno, algunos escribimos columnas, otros pintan, otros viajan, otros cantan, otros bailan, otros leen, unos más se confiesan y persignan, todos nos consideramos inocentes, vivimos, de vez en cuando nos detenemos, nos indignamos, decimos ¡qué barbaridad! o ¡qué tristeza! o ¡no puede ser!, pero sabemos que sí puede ser y que efectivamente es… Y seguimos como si nada.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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