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Esta semana Benjamín cumple un año. ¡Qué ser tan precioso! Verlo crecer y adquirir comportamientos de humano es una experiencia que ni siquiera había imaginado. Y ante la belleza de la vida que día a día lo transforma, somos testigos de otra maravilla: el día que nació Benjamín, también nació una madre (y un padre, dos abuelas, dos abuelos, unas tías, unos tíos).
Hay en el cimiento de la historia de Benjamín un gesto absoluto: la maternidad deseada. Hasta hace apenas unas décadas, para buena parte de las mujeres, la maternidad no pasaba por la posibilidad de decidir. Aparecía, en el diseño del patriarcado, como la tarea más importante del destino de ellas.
Mi abuela y muchas mujeres de su época, y de sus mismas condiciones sociales y económicas, no tuvieron alternativa: madres de ocho, diez, doce hijos que pasaban su vida, desde muy jóvenes (incluso siendo aún niñas) dedicadas a fecundar, parir, alimentar y criar. Con certeza, ellas mismas tomaron decisiones, aún en un margen muy estrecho de sus posibilidades; pero el mandato estaba impuesto.
Las revoluciones feministas de los años sesenta, y con el surgimiento de métodos anticonceptivos, llevaron a las mujeres (no a todas ni en todas partes del mundo) por nuevas sendas: empezar a decidir sobre si se quiere o no ser madre y de cuántos hijos.
Pero, en medio del mismo nudo, mientras las mujeres recuperamos derechos aparece también cierta sospecha, precisamente, sobre aquellas que deciden ser madres; como si, para acabar con el patriarcado fuera necesario acabar, incluso, con la maternidad. Como si, ganar espacio en el mundo público fuera, para las mujeres, contrario a la posibilidad de tener hijos.
Hasta temor nos dieron los niños. En los últimos meses he coincidido con mujeres que pasan los cuarenta años y se están preguntando si hasta este momento, de verdad, no quisieron tener hijos o si esa decisión fue resultado, también, del mismo entorno. Preguntas que, además de bellas, son profundamente revolucionarias porque ninguna mujer, y menos una niña, debe ser obligada directa o indirectamente a maternar o a no hacerlo.
Celebrar la vida de Benjamín es celebrar la decisión de Vanessa de asumir una maternidad deseada y amorosa. Sin ingenuidad, consciente de lo hostil del sistema en el que vivimos, ella supo (y pudo) elegir ser madre. La madre y el niño cuentan con una bella red de cuidado y acompañamiento en la que intervienen el padre, los abuelos, los tíos; y aún así el sistema también los violenta.
Poner la lupa sobre ella es celebrar la absoluta determinación para decidir, para ir contracorriente y reivindicar sus derechos en todos los ámbitos. Ella rompe prejuicios y sonríe.
Para Vene acojo las palabras de Chimamanda como deseo: “que esté repleta de opiniones y que sus opiniones tengan un punto de partida fundado, humano y de amplias miras. Que esté sana y feliz. Que su vida sea la que ella quiera que sea”.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/