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El año pasado conocí a alguien. Tiene un festival que se llama Selva Adentro. Ya había escuchado de él por dos amigas en común que habían ido y me parecía un proyecto muy bonito. Pero esto era una conversación más profunda, que tocaba otras fibras: estaba escribiendo sobre el asesinato del papá por ser de izquierda, por ser un líder social. Estaba pensando en el para qué

El alguien tiene nombre, Joan. Es el director. El festival, me explicó el año pasado, es un ejercicio de las artes escénicas para reflexionar el territorio desde sus múltiples posibilidades, especialmente ese tan azotado por la violencia.

El primero se realizó en 2017, el año en que inició la implementación del Acuerdo de Paz. Era un momento preciso para pensar y conversar desde el arte, el teatro, la danza, con la intención de construir tejido social y conexiones culturales.

Ese año construyeron el teatro en guadua en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación Silver Vidal Mora, en el Carmen del Darién. Fue un trabajo conjunto entre los firmantes de paz, los voluntarios de la Red de Colectivos de Estudios en Pensamientos en Latinoamérica (Red Cepela) —organizador con la Escuela de Bailes Afroantillanos— y los artistas del Teatro Matacandelas —aliados desde el inicio—.

Ese es el teatro más lindo del mundo —así lo llaman ellos—, allá en Brisas, a siete horas en carro desde Medellín, entre la selva y el río Curvaradó de vecino. Mide treinta por nueve metros, resiste los fuertes vientos y es parte fundamental de la comunidad: cuando no se hace el festival, sirve para bodas, misas, reuniones y cualquier evento que los convoque.

Quizá es eso lo más fuerte: propone un encuentro desde el arte y la cultura en la selva, en esas comunidades que han sido tan afectadas por la violencia, y también lleva a personas de la ciudad a esos lugares para que reflexionen sobre ese país que no vemos porque está muy lejos. Pero también es eso: lo que significa un teatro en la selva para esas comunidades. Para qué: para que haya otras posibilidades. Es lo primero que se me ocurre, pero hay mucho más paraqués —de los que ellos saben más que yo—.

Desde el año pasado es más grande. Este año es en Brisas —justo cuando se publique esta columna ya habrá terminado, fue del 9 al 12 de octubre—, y se estarán preparando para estar en Quibdó —del 16 al 19—.

Me gusta cómo describen al Festival en su Instagram (@selvaadentro): una apuesta por la reconciliación a través del arte.

También sé, por esa cercanía que alcancé con Joan el año pasado, cuando yo todavía vivía en Medellín, que no es un proyecto fácil, que requiere dinero y que ellos, los voluntarios, trabajan muy duro para conseguir los recursos. Entre amigos y convocatorias, lo han hecho posible.

Sería fácil preguntarse para qué. A veces, con él, lo preguntamos, para qué tanto esfuerzo, dedicarse a buscar dinero, a escudriñar, a conseguir amigos y contar el cuento para hacerlo posible. Y la respuesta no necesita de palabras, basta con mirar los videos de Selva Adentro y ver a todas esas personas disfrutando de una obra de teatro o de las Escuelas de Arte y Paz —espacios de reflexión y sensibilización a través del arte— o a los niños leyendo poemas.

El arte no se puede tocar, tampoco se le puede pedir que cambie el mundo, ponerle pesos, exigirle cosas, pero luego, cuando uno ve un festival como este, entiende que la cultura sí es fundamental para construir mejores sociedades, reconciliarnos, encontrarnos con otros, tan diferentes que somos todos. Para ver lo que no es obvio.

Ellos podrían decir no más, para qué, pero siguen ahí, saben que su trabajo es valioso.

No es fácil, sin embargo. Por ejemplo, el teatro más lindo del mundo necesitaba reparaciones urgentes: el clima, las condiciones de humedad de la zona y el tiempo que no es condescendiente hizo estragos en la guadua, el material principal. Si bien el festival lo hicieron, y este año recibieron el premio Bienal Nacional, los recursos no son para infraestructura. Y lo uno necesita de lo otro: el festival también es el teatro. Así que hicieron un préstamo para las reparaciones, y ahora necesitan cómplices que se sumen a todo el trabajo que han hecho estos años para pagarlo.

Por eso están haciendo una vaca, buscan recolectar 30 millones de pesos que cuestan todas las adecuaciones. Ellos saben de vacas, la han hecho varias veces para hacer posible el encuentro. Esta, sin embargo, es fundamental. Para qué: para que ese teatro se mantenga en pie. Para que este proyecto siga apostándole a la reconciliación muchos más años (aquí más info: https://selvaadentro.com/aportar/).

Tal vez es fácil pensar que uno no puede cambiar el mundo, que mejor no hacer nada si no va a ser algo grande. Y a veces se trata de empezar. De creer. De apoyar a esos que no han perdido la esperanza. Que están seguros de que sí es posible construir una sociedad mejor.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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