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Los encantos y peligros del populista

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Hablan durito y cuentan en redes sociales que están recuperando “la tacita de plata”. La estructura narrativa se enraizó en ese verbo: “recuperar”. A los populistas se les reconoce sin necesidad de mucho detenimiento: les encanta el pasado. Van mirando para atrás, anhelando un estado de las cosas que ni era tan maravilloso ni es viable en el presente. Es como cuando uno tiene 40 años y pretende ponerse el uniforme que le servía cuando iba a prescolar. Que fuera un asunto solo de dimensiones en las telas, pues vaya y venga… pero, aquí la confusión es tremenda.

También les encantan las cifras, se nutren de estadísticas como si fueran verdades únicas y suficientes. Un día cuentan como gran logro que incautaron 340 gramos de marihuana y que desmontaron 22 cambuches. Otro día, 280 gramos de estupefacientes y más cambuches desmontados. A ellos, que tienen su fe en los datos duros, se les “escapa” mencionar qué pasó con los seres humanos que habitaban esos espacios pues, al final, son hombres y mujeres que para ellos no “suman”; son menos que cero en las estadísticas.

Es más fácil meterlos a todos en la categoría de “delincuentes” y reforzar los mensajes de “estar limpiando la ciudad” y “poniendo la casa en orden”. Porque, además, aman las etiquetas y las frases seguras, sobre todo los dichos populares.

Ahora en “delincuente” también cabe cualquiera que ose fumarse un porro en el parque y, para justificarlo, recurren a la más fácil de las estrategias populistas: “estamos cuidando a los niños, niñas y adolescentes”; porque ¡claro!: ¿quién no quiere cuidar a esta población? La pobreza de los argumentos ni sorprende.

Surge entonces un problema mayor. Tenemos claro que no todo lo que hacen los políticos es populismo; es más, sin ingenuidad, también sabemos que para llegar al poder se requiere de alguna dosis de manifestaciones populistas. Aquí el peligro es, particularmente, la sobredosis.

Reiterar en los discursos la sensación de que todo está muy mal, que hay que volver, “recuperar”, que solo ellos saben cómo hacerlo; y narrar la realidad desde su mira estrecha tiene implicaciones que repercuten en el debilitamiento de la democracia. Aquí, quienes fueron elegidos no quieren asumir que ya no están en campaña, se aferran a sus discursos demagógicos y autoritarios y reducen la realidad a sus medidas. Todo tendría que caber allí y lo que se salga del margen es malo.

Defenderse del populismo es muy difícil, entre otras cosas, porque llenan de promesas lo complejo; pero, solucionan por lo mínimo. Por ejemplo: por medio decreto, restringir la movilidad de menores de edad en zonas (espacios públicos) de alto riesgo de explotación sexual de niños, niños y adolescentes si no están en compañía de sus padres. Desconociendo, por lo menos, dos variables: una es que no son pocos los casos en los que los mismos padres están involucrados en la explotación de los menores; y, la otra es que buena parte de los escenarios donde ocurren estos delitos son apartamentos de alojamiento temporal y fincas. Entonces, la complejidad de semejante problema no se resuelve con decisiones que simplifican la realidad.

Cabría mencionarles que ya no somos ni queremos ser “la tacita de plata”. Que esta ciudad tiene profundas complejidades que no se solucionan con un trapito y brillo. Que aquello que ellos llaman “limpiar” es absolutamente tenebroso cuando no diferencian la basura de los seres humanos; que ya no nos seducen con sus encantos populistas, pero sí nos asustan con sus peligros.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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