Un asunto llamado Vicky

Un asunto llamado Vicky

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Para evitar las suspicacias de los que se ofenden fácil (o que malentienden y tergiversan), voy a ponerlo claro desde el principio: no tengo ningún problema con que Victoria Eugenia Dávila quiera aspirar a la presidencia. La asiste el derecho a ser elegida, como a millones de colombianos más. Y allá quien, en uso legítimo del derecho de elegir, vote por ella.  Sobre la sensatez de ejercerlo así no hablaré ahora.

Digo, pues, que mi problema no es con la Vicky Dávila «preprecandidata», ni con la Vicky opositora, ni con la Vicky colérica que insulta colegas, ni con la Vicky que niega lo que es a todas luces evidente, como lo ha decidido La silla vacía.

Mi problema, en el fondo de todo, es con el periodismo.

Lo escribí aquí mismo antes, hace ya tiempo: algo pasa con los periodistas.Y era apenas un lamento, con algo de nostalgia, de las redacciones que fueron, que cambiaron, que se perdieron en la manera en que se define lo noticioso, atrapados en un ciclo interminable de contenidos cuyo único fin es lograr que usted y yo y más y más personas hagan una única cosa: dar clic en un enlace.

Y para lograrlo se vale todo: titulares engañosos, adjetivos innecesarios (qué lejos está el periodismo de hoy de aquella frase de Guy de Maupassant: «Cualquier cosa que se quiere decir sólo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla»), negrillas, signos de admiración…

Todo muy parecido a una historia que todos nos sabemos, con un personaje a veces se llama Pedro y a veces Juanito. Es un niño ya mayor o un joven, según quién cuente la historia. Lo que tenemos claro todos es su oficio: es pastor. Y más claro todavía su error y su castigo: miente y se convierte en alimento para el lobo. Pero hoy la moraleja del relato de Esopo resulta hoy anacrónica, por no decir obsoleta.

No soy ingenuo. Sé que los grandes medios (y los pequeños) representan intereses y poderes. Es responsabilidad ciudadana saber leer los subtextos, los mensajes entrelíneas que van de un titular a otro para saber con qué fichas juega cada quien y por qué, por ejemplo, la revista que dirige Vicky Dávila decide titular una nota, publicada el 29 de mayo, de esta manera: «Alerta política: algunos temen que Petro pueda instalar la constituyente el 20 de julio y cerrar el Congreso». O que, ante el anuncio de presidencia de la futura radicación de un proyecto de ley (es decir, que debe aprobar el Congreso) sobre el uso de la figura legal y en uso actualmente conocida como inversión forzosa, la propia diga, contra toda evidencia económica, que se trata de «confiscar los ahorros del público».

Mi problema, decía, es con el periodismo. Con una manera de ejercer el oficio. Con cómo lo ejercen ciertos periodistas, mejor, que se pasan por alto lo que debería ser el compromiso ineludible de este asunto: lo cierto, lo comprobable. O tal vez mi problema sea con la inasible verdad, cada vez más desprestigiada e incluso innecesaria, dirán algunos. Trump habló durante su presidencia de hechos alternativos y la propia Dávila habló de «periodismo crudo».

Mi problema es que Vicky Dávila mienta como periodista y de paso le haga tanto daño al periodismo, ya aporreado en su confiabilidad, como lo reveló el Instituto Reuters: «El consumo de las principales marcas sigue disminuyendo, en parte debido a la evasión de noticias (44%), los bajos niveles de confianza (35%), la desinformación online y la polarización».

Mi problema es que la manera como ella decidió practicar el periodismo y el modelo de la revista que dirige (modelo que parece multiplicarse en otros medios, en otras salas de redacción y en otros periodistas que «muelen» noticias sin descanso y sin pararse a reparar en lo que publican) arrastra lo peor de un oficio bello y necesario. Si Victoria Eugenia Dávila quiere ser presidenta, que lo sea, pero que deje de esconderse tras la dirección de Semana. Si su deseo es ser periodista, que deje de jugar con la careta de la opositora que hará giras por Colombia para recoger reconocimiento y aplausos, e intente —si es acaso posible— deshacer el daño que le ha hecho al periodismo colombiano.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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