No todo lo que brilla es oro

No todo lo que brilla es oro

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De todas las historias que he contado en No Apto, esta es la que más vergüenza me causa; me aterro de que mis padres lean esto. Afortunadamente mi historia con las apuestas es una bobada en comparación con otras que he escuchado y que conviene referenciar en esta columna.

Una de las peores cosas que me dio la cuarentena durante 2020 fue el aburrimiento.  Siempre he sido más solitario que social y en condiciones normales no tengo problema en quedarme todo un fin de semana encerrado en mi casa, de hecho me siento a gusto en compañía de libros y videojuegos. Esto cambió drásticamente durante la pandemia: perdí la pasión por la lectura y todas las actividades que antes me causaban emoción y en las que podía perderme por horas, dejaron de llenarme y al contrario, me hacían infeliz.

Llegué al punto de sentirme desesperado por la aburrición, no podía comprender cómo mis pasiones se habían convertido en torturas. Por eso me animé a meterme en apuestas deportivas, estas se presentaban como una actividad de ocio y gracias a la pandemia me sobraba suficiente tiempo para estar pendiente de mis deportes favoritos: fútbol, ciclismo y baloncesto.

Empecé con 50 mil que se hicieron instantáneamente 100 mil gracias al famoso bono de bienvenida y me dispuse a ser cauteloso y estratégico, me dedicaba horas a leer artículos con recomendaciones de cómo apostar y a consultar estadísticas de todo tipo. Terminé por desarrollar estrategias que fueron sorprendentemente exitosas y entre ensayos y errores deposité en total 150 mil pesos en mi cuenta de Rushbet, una de las 15 casas de apuestas autorizadas por Coljuegos para ofrecer apuestas deportivas en línea.

Poco a poco aumenté mi capital y cuando me acerqué al primer millón abandoné toda astucia y prevención, dividiendo todo el dinero en 3 apuestas. Era obvio que el riesgo era muy alto, pero la emoción le ganó a la sensatez. No me lamento haber perdido todo, porque considero que el dinero que realmente perdí justificaba en suficiencia la diversión que tuve.

Sí, me divertí, lo disfruté más de lo que pensaba y afortunadamente pude darme cuenta de que no todo lo que brilla es oro. Podía volver a intentarlo y tal vez habría sido igual o más exitoso, pero ese último momento me mostró algo esencial: yo puedo ser una persona susceptible de caer en un hoyo interminable por el juego. La ilusión de los triunfos pequeños es letal, más si se combina con la excusa de la diversión. De esto aprendí un poco más con la historia de Nicolás Cayetano, periodista argentino y autor del libro “No va más” donde habla de su adicción al juego, el lector puede escuchar esta historia en el podcast del mismo nombre.

Nuevamente, creo que mi historia es una tontería en comparación con otras, por ejemplo la de tres hombres jóvenes y colombianos, no muy lejos de mi edad y con perfiles sociales muy diversos, quienes cayeron en terribles adicciones al juego. Curiosamente, los hombres jóvenes son más propensos a la adicción al juego que cualquier otro perfil humano, de hecho, los adolescentes tienen hasta un 7% de mayor probabilidad de desarrollar ludopatía.

La mayoría de personas que participan de algún tipo de juego de azar no desarrolla una compulsión hacia el juego. Sin embargo, el riesgo siempre está ahí. Por lo tanto, tenemos como sociedad -o mejor, como humanidad- que ser serios en la forma como tratamos este tema. Con la esperanza de poner un granito de arena en la discusión pública sobre las apuestas, arranco con esta un par de columnas dedicadas a explorar el tema.

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