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La plaza principal está desierta en la noche. Silencio sepulcral y puertas cerradas. Solo un bar abre para servir cerveza. El único refugio nocturno. Rodeado de humo de cigarrillo, es un escudo de la noche contra un pueblo que se resiste al ruido. Un pueblo que se oculta por miedo.
Le temen a la montaña. Dicen que en la noche se ilumina, como si fuera de día, y deja ciego a quien la mire. Se rumora que se trata de una maldición. Un poderoso hechizo que dejó un guerrero indígena después de morir decapitado y avergonzado. A raíz del miedo, en el pueblo nacieron Los Trapos. Un grupo de hombres que se dedican, según dicen, a evitar que la montaña se alumbre. Nacieron después de aquella noche del sábado 2 de febrero de 1991. La noche en la que la montaña brilló y casi la mitad del pueblo perdió la vista.
Desde entonces, Los Trapos se encargan de asegurarse de apagar todas las luces del pueblo en la noche. Crean una oscuridad tremenda que, afirman, evitará que la montaña brille. Comenzaron cerrando los restaurantes que servían después de las seis y, a las pocas semanas, cerraron los bares (no sin antes llevarse las cervezas).
Quienes han perdido la vista permanecen encerrados. Jamás regresaron a la plaza. Dicen que van a las misas de primer viernes de mes, en una capilla secreta que la iglesia habilitó para ellos. Los Trapos vigilan que no se aparezcan por ahí, pues también creen que su energía y mala suerte se puede contagiar.
En la noche, el pueblo permanece silencioso. Sus calles son oscuras. Perros y gatos callejeros aparecen de repente, abandonados por sus dueños que han perdido la vista. Algunos permanecen fieles y duermen en las puertas, otros han perdido la fe. Descansan en el pasto o en muros con buena vista. Se escucha el sonido del viento, de las hojas moviéndose y de las campanas de la iglesia. Todo porque Los Trapos concluyeron que la única forma de evitar que la montaña se enfadara en la noche era encerrar al pueblo. La gente, asustada, cedió.
Solo un bar resistió. Un bar secreto, oculto. Nadie sabe muy bien dónde queda. Allí todos ponen la música que quieran. Se le pregunta a cada persona por su canción favorita. Solo algunos se conocen entre sí, sin embargo, todos salen unidos por la fiesta. Cada persona termina hablando con la otra después de la tercera cerveza. Allí se conversa fuerte. Se hace ruido. Entre cerveza, cigarro, conversa y baile se desafía el miedo. Fueron pocos quienes entendieron que la única forma de enfrentar la ceguera no era esconderse.
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