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La belleza salvará el mundo

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«La belleza salvará el mundo». En el siglo XIX, Dostoevsky hizo esa afirmación y en mi imaginario sigue más vigente que nunca. La gente no establece un vínculo inmediato entre la belleza y la sociedad, la felicidad y el deseo de estar vivos; algo tan superficial como la forma, color, textura y armonía de un objeto y/u lugar, ¿cómo podría salvar el mundo?

Solía asociar la apreciación física con mi extrema vanidad, con el hecho de que simplemente me encantaba lo bello. Lugares simétricos, plantas en rincones que llenan de frescura cualquier espacio, paredes limpias e iluminación natural. No entendía la sensación que me generaba el admirar los lugares, hasta que me crucé con una conversación que cambió todo.

La interrelación del ser humano con los objetos que habitan un lugar y el espacio en sí mismo es una parte fundamental de nuestras vidas. No nos sentimos igual cuando estamos en una casa vacía y sin luz, que cuando visitamos el espacio donde crecimos, el que está lleno de pequeñas formas visuales que nos hacen sentir cómodos y seguros.

Los objetos, como un traje, vienen a vestir el mundo y hacerlo habitable; llegan como un vínculo a unir a las personas y sus hogares, a los espacios públicos y sus ciudadanos, a formar nuestro propio significado sobre tener calidad de vida y que se renueven las ganas de existir, día tras día. Lo que percibimos de forma superficial tiene una mayor trascendencia de lo que creemos, porque tarde o temprano lo asociamos con algo y lo convertimos en emoción.

Invertir en la belleza de los espacios es también invertir en el bienestar nuestro y de quienes nos rodean; no va en los lujos, tampoco en diseños extremadamente modernos o espacios pensados para seguir una tendencia arquitectónica, sino en lograr que  lo bello atraviese también nuestro entorno cotidiano.

Para garantizar el bienestar de quienes habitamos las ciudades (y zonas aledañas), los planificadores urbanos y los responsables políticos deberían tener en cuenta la estética del entorno a la hora de emprender grandes proyectos de construcción de parques, urbanizaciones o autopistas.

Cuando generamos una conexión emocional con cosas tan simples como la calle por la que pasamos todos los días, el restaurante de la esquina o la estación de transporte público, es más probable que queramos afrontar el día a día con otros ojos.  La movilidad social es posible a través de la belleza, así que cuando Dostoevsky afirmó que ésta salvaría el mundo, estaba en lo correcto.

Nuestros hallazgos implican que la simple introducción de vegetación, sin tener en cuenta la belleza del entorno resultante, podría no ser suficiente.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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