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En ciencias del comportamiento, una de las herramientas más poderosas para influir en el cambio social se conoce como “Mensajero”. Las personas estamos fuertemente influenciadas por quien nos comunica. No hay duda de que, en nuestro contexto social, político y económico, el principal mensajero es Gustavo Petro. Pero, ¿qué nos dicen sus comportamientos y decisiones?
Sin juzgar o polemizar sobre la vida privada del Presidente de Colombia, sí vale la pena evaluar los mensajes, las señales y el ejemplo que, a través de sus decisiones, comportamientos y palabras, deja a los colombianos, especialmente a las personas jóvenes.
Las reiteradas cancelaciones de agenda, el incumplimiento de citas internacionales, el desplante a empresarios y líderes organizacionales, salidas en falso en redes sociales, docenas de trinos sin verificación de veracidad, el ataque verbal a senadores y gremios empresariales, los enredos judiciales de su hijo y equipo más cercano, la falta de escucha y conciliación con sectores que divergen de sus principales reformas y, para mí, la más grave de todas: la premiación con altos cargos públicos a funcionarios cuestionados, como el caso de Laura Sarabia, exjefa de Gabinete, involucrada en el escándalo del polígrafo, interceptaciones ilegales y supuesto robo de un maletín con dinero en efectivo. Y ahora, nueva directora del Departamento de Prosperidad Social (DPS), quizás el organismo público más importante para un país con inmensas brechas sociales y desigualdades económicas. ¿Cuál es el mensaje y la influencia que recibimos? ¿Cómo interpretamos estas señales?
«Presidente», según la RAE, es similar a «maestro» que guía al estudiante. Por eso, más que “mandar”, la principal y más importante función del Presidente es la tarea de convertirse en el principal pedagogo de la nación. Significa que, con su ejemplo, guía y comportamiento, preside y lidera los valores y la ética de un país. El mensaje que recibimos y que interpretamos es que el fin justifica los medios, que es aceptable anteponer la lealtad política sobre la integridad y la ética, y que los cargos de alto nivel se pueden usar como moneda de cambio político, sin importar la trayectoria, la idoneidad o la probidad de quien los ocupe.
Esto es preocupante, pues el carácter cívico que se forja con el ejemplo del Presidente nos aleja del bien común, del verdadero sentido colectivo y, peor aún, del esfuerzo individual, la disciplina y la honestidad como palancas de progreso social, humano y económico. Colombia necesita un presidente ejemplar, un presidente mentor, que integre valores éticos y morales, que inspire con el ejemplo y, sobre todo, cuyo comportamiento no sea sinónimo de desesperanza.
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