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El sábado corrí en Cartagena veinticinco minutos. Ese tiempo, más que en estar concentrada en cómo correr, estuve atenta a no ir por calles que estuvieran solas, a pasarme de acera cuando llegaban los piropos no solicitados y a no hacer contacto visual con ninguno de los hombres que miraba lascivamente.

En esta época de mi vida estoy cansada de escribir sobre los riesgos de ser mujer. Además, estoy cansada de sentir miedo, entonces ante los piropos indeseados y comportamientos que considero inadecuados he optado por sentir indiferencia.

A pesar de esa des-conexión que ya puedo lograr, no disfruté los largos veinticinco minutos en los que recordé que no puedo salir por las calles sin estar atenta: al entorno, a las palabras, al riesgo.

La conversación sobre el espacio público y ser mujer tiene que seguir dándose: muchas tenemos historias de hombres que nos persiguen, que se masturban públicamente delante de nosotras, que se toman atribuciones, y hasta que usan su fuerza para tener contacto.

Aquí no basta no querer sentir miedo. Hay que optar por ser explícitas en lo que es inapropiado. Y no es solo Cartagena: es cualquier lugar en el que se hace caso omiso de los límites.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/

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