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En este país de errores y equivocaciones, en este pedazo de tierra plagada de buenas intenciones y de equívocos, arrastramos una larga factura de cobro: la destrucción de lo público.
Los colombianos confían en las empresas, no en el gobierno ni en los medios, tituló El País América una nota publicada el pasado domingo. Eso es lo que concluye el medio al ver los datos del estudio Barómetro de confianza, que realiza anualmente la firma Edelman.
“Un 68% de los colombianos confía en que las empresas están haciendo lo correcto y el 85% dice lo mismo en concreto de su empleador. En contraste, solo un 40% cree lo mismo del Gobierno y apenas un 38% de los medios”, dice la nota de El País.
El estudio habla de un país polarizado. En el aire flota nuestro antiquísimo mal: la idea de que lo público no funciona. Y así se fue socavando la noción de lo público a favor de las soluciones privadas. La frase suena a lugar común, porque lo es, además: nos atraviesa la noción de que lo público, que nos pertenece a todos, es de nadie.
Quizá es que gobierna aún la percepción —que se ha sostenido pese a las copiosas evidencias en contra— de que el sector privado es ajeno a la corrupción y los malos manejos. Puede ser, también, que habitamos un país que eleva a categoría de patriarca al dueño del negocio.
Ejemplos hay varios: a finales de marzo, algunos empleados de las empresas que componen el Grupo Empresarial Antioqueño se citaron a la entrada de Plaza Mayor, para aplaudir al paso de los que identificaban como un ejecutivo de Argos, Nutresa o Bancolombia. Había que defender a esas empresas, argumentaban.
Leí en estos días en Twitter una defensa que a mí me sonó a confesión. Era algo como “soy hija de la empresa privada”. Fue como un grito, un golpe de realidad: de lo público, nada.
Un alto en el camino antes de seguir: no es esta una diatriba antiempresarial, no se crea, que yo también vengo de esa burbuja: colegio privado, universidad privada, empleado de iniciativas privadas…
Pero es que esas seis palabras o 30 caracteres, como prefieran contar, son un ejemplo de hacia donde quiero ir: la celebración y reivindicación del privilegio sobre lo que debería ser derecho. Ya quisiera yo que esos cercos de aplaudidores fueran, en su lugar, veedores de lo que nos pertenece a todos.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/