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Y por fin fue Tokio

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No escogemos muchos de los rasgos de nuestra personalidad. En la medida en la que vamos creciendo y nos hacemos conscientes de los bueno y lo malo de nuestra forma de ser, podemos deliberadamente reforzar o mejorar lo que no nos hace felices. No creo que llegue un momento en el que uno ya se vuelva inmutable, rígido, condenado a ser como es. Antes y después de esa conciencia de lo que somos hay una influencia enorme de las personas cercanas, sobre todo en la infancia y la juventud.

Hoy entiendo que he crecido rodeado de personas que, en general, tienen un buen corazón. Son bien intencionadas. Ha sido un ambiente mayoritariamente sano en donde, como en casi todos los casos, mi mamá ha marcado muchos aspectos de mi vida.

Ayer mi mamá corrió la maratón de Tokio y con eso completó las seis “majors”, las maratones más importantes y prestigiosas. Eso le permitió reclamar una medalla muy especial que en el mundo tienen alrededor de 10.000 personas. Lo más interesante no es la medalla sino la historia detrás de cada una de las 6 maratones. Cualquiera que se haya puesto una meta deportiva sabe lo que eso implica física y mentalmente. Lo duro no es el día del evento, es el entrenamiento. Se requiere disciplina y constancia, es un viaje emocional que va más allá de los kilómetros.

En el caso de la maratón de Tokio, mi mamá entrenó, casi desde cero, dos veces. Se preparó, se dedicó y se ilusionó, pero, primero, una lesión pocos días antes del viaje la obligó a ir hasta Japón en plan de hincha, a apoyar a mi papá, y no en el plan de atleta que se había soñado. Después vino la pandemia y la dejó nuevamente entrenada para la carrera, el cierre de fronteras cerró también la opción de cumplir una meta que se había puesto casi 20 años atrás cuando corrió, en octubre de 2004, la maratón de Chicago. La última (major) había sido el 16 de abril de 2012 y aunque pasara el tiempo, y con él la vida, ella mantuvo siempre su meta la cabeza y en el corazón.

La historia detrás de esta maratón, refleja bien la personalidad de mi mamá. Una mujer resiliente, reflexiva, inteligente, generosa, disciplinada, valiente, decidida, rigurosa. Ella había decidido dónde terminar su carrera de maratonista y la vida no le iba a imponer una cosa diferente. Esa era su decisión y eso hizo, se cumplió. Lo logró

Me he hecho consciente de  muchas características de mi personalidad que reflejan el hecho de ser su hijo. Creo, por ejemplo, que la sensibilidad al dolor humano, la toma reflexiva de las decisiones, la intención de no hacer daño; se las debo a ella, que es una persona de esas de buen corazón. También a ella le debo en gran medida la lectura y el respeto por la independencia del pensamiento. Casi nada.

Por esto, celebro que hayan pasado esos 42,195 kilómetros de Tokio y con ellos una historia emocionante. Lo lograste madre, eres una mujer de seis estrellas, pero eres, también y sobre todo, mucho más que eso. Eres lo que hay detrás de cada uno de nosotros, eres los detalles calculados en cada regalo y en cada gesto, eres la palabra bien escogida, eres el acompañamiento lo suficientemente cercano para sentir tu apoyo pero a la distancia precisa para dejarnos vivir y equivocar, eres el respeto por las decisiones, eres los cientos de libros que te has leído, eres la lealtad incuestionable, eres la humanidad que le falta al mundo y eres la inspiración para nosotros, eres un ejemplo para mis hijas y eres todas las metas que has cumplido. Eres mi orgullo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/

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