Uno de cada cinco jóvenes en Colombia no estudia ni trabaja. Las cifras de los llamados “ninis” se han mantenido casi invariables durante los últimos años y representan una nueva realidad social que preocupa no solo en Colombia, sino en toda América Latina.
De acuerdo con los datos más recientes del DANE el país cuenta con más de 11 millones de jóvenes entre 15 y 28 años, de los cuales cerca de 2,4 millones (el 22%) no estudian ni trabajan. Colombia es, de hecho, el tercer país de la región con mayor proporción de jóvenes en esta situación, y la brecha de género es evidente: las mujeres duplican a los hombres en esta condición (16,3% frente a 8%).
¿Qué está pasando? ¿Por qué tantos jóvenes están quedando al margen de la educación y el empleo? ¿Qué están haciendo? Las causas son múltiples y estructurales. Por un lado, el mercado laboral sigue siendo poco inclusivo con la juventud: la tasa de desempleo joven alcanzó el 17,1%, casi el doble de la tasa nacional (8,6%), aunque siguiendo la tendencia en disminución. Incluso entre quienes logran cursar estudios superiores, la inserción laboral continúa siendo precaria y, en muchos casos, mal remunerada.
No sorprende, entonces, que el sueño de miles de jóvenes sea emigrar en busca de oportunidades. Según encuestas recientes, entre el 40% y el 80% de los jóvenes colombianos ha manifestado su deseo de irse del país, muchos de ellos con títulos universitarios o próximos a graduarse, y otros frustrados por la falta de acceso a educación de calidad o por empleos sin futuro.
Aun así, la tasa de matrícula en educación superior no ha disminuido. De hecho, la cobertura alcanzó el 57,5% en 2024, con más de 2,4 millones de estudiantes matriculados, según el Ministerio de Educación y el SNIES. Lo que sí ha cambiado son las preferencias y modalidades: cada vez más jóvenes optan por programas técnicos o tecnológicos, y la educación virtual ya representa más del 20% de la matrícula total, reflejando nuevas formas de acceder al conocimiento y de adaptarse a las demandas del mercado.
Ante esta realidad, la pregunta no es solo cuántos jóvenes no estudian ni trabajan, sino qué país estamos construyendo para ellos. Ese 22–24% no es una estadística aislada: es una advertencia sobre la inequidad persistente, la falta de confianza en las instituciones y las oportunidades que no llegan.
Los jóvenes enfrentan tasas de desempleo sistemáticamente más altas, salarios más bajos, mayor informalidad laboral y, sobre todo, una sensación de exclusión estructural. Abordar este problema requiere algo más que programas temporales: implica repensar el modelo educativo, fortalecer la transición entre escuela y trabajo, incentivar la innovación productiva y, sobre todo, reconocer a la juventud como motor de desarrollo nacional.
En Colombia, hablar de los “ninis” ya no puede ser un tema de moda: debe ser una prioridad y la verdad, es que no sólo puede ser del estado.
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