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Recuerdo el momento exacto en el que decidí ser periodista. Ya había cambiado muchas veces de vocación profesional: de música a secretaria general de la ONU, a presidenta de Colombia, y finalmente, a periodista. Entonces, no se lo conté a muchas personas. Más bien, me di la oportunidad de confirmar si sí era la vida a la cuál quería aspirar. Quería darme el tiempo y la gracia de decidir si tendría algún día las agallas para ser periodista en Colombia, un oficio tan duro como malagradecido y peligroso.

Fue en el 2021, cuando María Jimena Duzán entrevistó a Jineth Bedoya en A fondo. Estaba juiciosa, me levantaba todos los días a las seis de la mañana para hacer ejercicio antes de entrar al colegio virtual que exigía la pandemia, y tenía el vicio de escuchar podcasts mientras me ejercitaba. Pensaba que estaba entrenando mi mente y mi cuerpo a la vez.

Escuché por primera vez la historia de Jineth. Entre todas las tragedias que han sucedido en Colombia, la de Jineth nunca había llegado a mis oídos, nunca se había conversado en mi casa. Entonces, entre sentadilla y sentadilla, escuché las voces entrecortadas de ambas periodistas contando la historia de cómo a Jineth la secuestraron, la torturaron, la violaron, y la tiraron al lado de una carretera en el Meta.

Creo que la historia de Jineth ya la conocen los lectores de No apto, o por lo menos deberían hacerlo. Entonces no escribiré mucho de eso hoy, más bien les invito a que investiguen por su propia cuenta.

El momento en el que las lágrimas empezaron a correr por mi cara fue cuando Jineth explicó que, como reparación ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, había solicitado dos cosas: la creación de un centro de memoria para conmemorar a las víctimas de abusos sexuales en Colombia, y que se nombrara el 25 de mayo- el día de su secuestro- como el Día Nacional por la Dignidad de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual. Porque estando en todo su derecho de pedir compensación monetaria por lo que sufrió, y por las fallas estructurales que imposibilitaron que encontrara justicia en Colombia, Jineth pidió una reparación para todas las víctimas de Colombia.

Las palabras que sellaron mi compromiso con el periodismo fueron con las que la valiente periodista cerró el episodio:

“Yo creo que la vida tiene sentido cuando uno entiende que no es un ser individual, que lo que uno busca para reivindicar no tiene que ser solamente para uno. Que hay miles de personas que tal vez están afrontando cosas iguales o peores. Pero, sobre todo, a las mujeres periodistas, nosotras somos capaces de transformar vidas… y esa es la magia maravillosa que tiene el periodismo.”

Muñecas de la mafia, nos llamó el presidente de Colombia hace un par de meses. El descaro del comentario se enmarca en un contexto complejo, denso, que hace que las mujeres periodistas vivamos nuestro oficio diferente a nuestros pares hombres.

Desde hace años organizaciones como ACNUDH y la Federación Internacional de Periodistas han denunciado que la violencia contra periodistas tiene un componente importante de género. Por un lado, se enfrentan a violencias ejercidas por sus colegas o jefes hombres. De hecho, el 60% de las periodistas reportaron este tipo de violencias en lo que va del 2024.  

Y, por supuesto, la violencia a la que son sometidas aquellas valientes por lo que publican, los términos denigrantes que se utilizan contra de ellas, las ridiculizaciones, victimizaciones y amenazas, todas tienen un carácter especial de género. En muchas ocasiones, sexual.

Los ataques a las periodistas son un ataque a la participación pública de las mujeres, arrinconándonos en la esfera privada a la cual muchas no queremos estar atadas. Como siempre, es una manera de hacernos entender que lo nuestro es el hogar, tema que también es invisibilizado en materia de política pública. Entonces, si nos quedamos en la casa no se nos representa, y si nos adentramos en el mundo público se nos violenta.

Y ahora que Vicky Dávila está en la contienda presidencial del 2026, no puedo evitar preguntarme dónde quedamos nosotras. Las que queremos hacer periodismo no para hacer campaña sino para cumplir con la labor de informar a la gente, de entregarles las herramientas con las cuales pueden exigir mejor gobernanza, menos corrupción, más transparencia, menos violencia.  

¿Dónde quedamos las que no nos interesa cumplir agendas políticas, las que honramos el compromiso implícito de nuestra labor, las que no queremos pantalla para nosotras ni para nuestros intereses, sino para la gente?

Me pregunto también si la única manera en la que una mujer pueda ser presidenta de Colombia es a través de la trampa, de instrumentalizar un medio de comunicación para una campaña política. Sin honestidad, ni transparencia, ni rigor. Me pregunto si es posible que la única manera en la que una mujer llegue a la Casa de Nariño sea a través de discursos flojos, apelando al populismo de derecha, pintándose como una “outsider”. Aunque al final cuente con el bolsillo de los mismos de siempre. 

Me imagino que Vicky ha vivido muchas de las situaciones que describí aquí. Algunas las ha hecho públicas, pero otras estoy segura las ha vivido a puerta cerrada. Es por esto que me duele ver como ella, quien llevaba la bandera del periodismo de las mujeres, quien inspiró a muchísimas de mis colegas- hasta a mí en algún momento- ponga en cuestión al periodismo hecho por mujeres. Porque ahora seguramente no nos dirán muñecas de la mafia, sino vendidas a los mismos poderes de siempre.

Sé que es pronto para pensar así, pero yo siempre he sido más bien acelerada; si Vicky llega a la presidencia estaré expectante de ver como una mujer, que además es periodista, maneje un país que le ha quedado grande hasta para el más básico reportaje ético. Si Vicky llega a la presidencia claro que celebraré que se nos haya abierto esta puerta, pero sabré que fue por mujeres como Jineth. Por periodistas de verdad, por mujeres honestas, con convicción y con un compromiso real, inamovible. Con ellas mismas y con el resto de nosotras.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/

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