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Woke

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«Eso tan delicado de la antipolítica, que es la política por los peores medios: el discurso vacío de ideas, conceptos y compromisos que lleva a la abstención o a la extrema derecha, o sea la abstención intelectual.» Manuel Jabois.

“Como decía aquella baldosa decorativa de las tiendas de souvenirs: ‘Coma caca, cien millones de moscas no pueden estar equivocadas’.” Sergio del Molino.

Leo que Ron DeSantis, gobernador de La Florida y probable contendor de Donald Trump como candidato republicano a las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos, considera que Disney pasó de ser una empresa “para toda la familia” a una multinacional que “emplea su enorme poder para inyectar políticas sexuales de la izquierda en los niños”.

Leo sobre los pequeños cambios de una editorial a las obras del escritor Roald Dahl para que los niños accedan a versiones que no utilicen términos ofensivos, sino que estén dentro de lo que hoy se considera correcto. Y leo a un montón de escritores pronunciándose en contra de esta censura, que es además una base terrible para la vida, como Juan Gabriel Vásquez, que escribió: «Me dirán que Dahl escribe para niños y a los niños hay que protegerlos; y yo diré que eso, protegerlos, es justamente lo que no se hace cuando se los pone a vivir en mundos asépticos, ideales, inocuos, como los de las ficciones expurgadas. Esos niños crecen sin herramientas ni defensas para enfrentarse a las imperfecciones del mundo, cuando una de las posibles virtudes de la literatura es su capacidad de enseñarnos a lidiar mejor con nuestro mundo imperfecto.»

Leo sobre cómo el término Woke, que se ha referido a quienes están despiertos frente a las desigualdades sociales, se ha convertido, en palabras de la escritora Margaret Atwood, “en el insulto conservador de moda”, en eso que utilizan para denigrar a quien amenaza sus comodidades aquellos que viven maravillosamente dentro de la visión de la vida tradicional, y que tiemblan ante cualquier cambio que los desacomode. Es decir, los llamados reaccionarios. Hay mucho de fanatismo en los adoradores de la palabra traidor. Recordaba el siquiatra Guillermo Lahera en una columna el texto Contra el fanatismo, del escritor israelí Amos Oz, señalando que “el grupo fanático perseguirá siempre al traidor” y que “traidor es quien cambia a ojos de los que no pueden cambiar y no cambiarán nunca”.

Leo sobre el cada vez más mencionado síndrome del emperador o los niños dictadores, que se resume en padres que cumplen todas las peticiones de sus hijos, que no quieren decirles que no para que no sufran y que les crean una especie de burbuja en la que todo vaya bien. Lo leo y tengo la impresión de que los niños que quisieran educar Ron DeSantis y sus seguidores, los lectores ideales de los libros corregidos de Roald Dahl y los hijos de los reaccionarios que utilizan woke como insulto pueden ser justamente quienes encarnen el síndrome del emperador. Mundos construidos para ellos completamente desconectados de la realidad.

Pero esos padres que se sienten permanentemente traicionados por una sociedad en la que hay gays enamorados y con hijos, negros y negras liderando naciones, mujeres abortando, gente consumiendo drogas de manera legal o ejerciendo su derecho a acabar con su existencia, parejas decidiendo no tener hijos, inmigrantes con derechos viviendo de acuerdo con sus culturas, personas que encuentran más religión en la naturaleza que en cualquier iglesia, que protegen árboles y ríos por encima de dineros o que dejan de comer animales, entre tantas otras barbaridades, se van a llevar la sorpresa de sus vidas cuando sus propios hijos, generaciones más informadas y menos preocupadas por la corrección y la tradición, sean aún más woke que las noticias que tanto los perturban; cuando sus hijos les muestren que están despiertos y estallen la burbuja.

Entre todas esas sensibilidades equivocadas, leo a la escritora Nuria Labari sobre los arboricidios de algunos políticos en ciudades españolas: «La pregunta es ¿qué le han hecho a Almeida los árboles? La respuesta está clara: lo mismo que a Ayuso. Los árboles de Madrid crecen empeñados en ser de todos, llevan la palabra universal cosida a cada rama y este es un espacio simbólico que urge exterminar. Porque, ya se sabe, se empieza concediendo espacio a lo universal y se acaba con la renta básica. O dicho más claramente: los árboles son comunistas.» Es verdad que con estas cosas uno no sabe si reírse o llorar. Recordaba finalmente Guillermo Lahera a Carl Rogers al hablar de la seguridad y el valor necesarios para correr el riesgo de comprender al otro. Pero quién quiere comprender a nadie ni despertar de su comodidad.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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