Volver a La Sebastiana

Volver a La Sebastiana

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“Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo (…) ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?”. (Fragmento de la carta enviada por Pablo Neruda a su amiga Marie Martner en 1959)

Hace unos diez años tuve la oportunidad de visitar ‘La Sebastiana’, la casa que Martner le consiguió a Neruda en Valparaíso (Chile) y que sirvió de refugio al escritor durante más de una década. La casa fue saqueada tras el golpe militar, pero fue delicadamente restaurada desde 1991 y hoy es un museo inspirador.

La casa es llamativa por fuera y por dentro. Hay detalles que recuerdo de una manera muy particular. Desde afuera, es inevitable pensar que se trata de un barco encallado en lo alto de una loma de la ciudad portuaria; por dentro es el testimonio de una vida rica en experiencias, pero también del disfrute del tiempo presente. Tal vez Neruda halló en esa casa la posibilidad de “vivir y escribir tranquilo” y así parecen sugerirlo un par de muebles que tal vez él habría manchado con tinta mientras escribía, pero también el altillo que hizo construir y desde el que se pueden ver la ciudad y el océano Pacífico. 

Desde entonces, cuando siento que la inercia de la rutina cotidiana me está llevando por delante, pienso en La Sebastiana como lugar y como metáfora. Pienso que tal vez Neruda quiso convertir en casa la idea de suspender el tiempo y reflexionar. No puede hacer uno otra cosa cuando queda atrapado por los enormes ventanales de La Sebastiana.

La inercia es un fantasma omnipresente en la administración pública. En el día a día, uno termina viviendo varios días en uno solo, consumido por una agenda caótica, apretada y a veces impredecible. Uno sabe más o menos a que hora sale de la casa, pero sin tener certezas de la hora en la que va a regresar. En muchos sentidos va uno medio en piloto automático respondiendo a lo urgente que, en un país como el nuestro, es pan de cada día. Y eso es peligroso. Si uno no se aparta del cauce, puede terminar aguas abajo preguntándose a qué hora se pasó el tiempo.

También hay una terrible tendencia a la inercia en la administración pública en sí. En la manera en la que se toman las decisiones, en la rutinización inherente a la burocracia, incluso en muchos casos en la manera en la que se plantean soluciones o se definen los problemas públicos. Es común encontrar decisiones que se toman “porque siempre se ha hecho así”.

La idea misma de ‘la planeación’, en buena medida, se encuentra determinada por la inercia. Por ejemplo, el incrementalismo, una clara forma de inercia, está muy presente en las discusiones sobre la definición de objetivos y metas que se proponen los tomadores de decisión. Allí hay cierto tiempo de inercia en el abordaje de los problemas y las soluciones planteadas que también puede estar relacionado con un componente cada vez más grande y significativo de gastos recurrentes.

Por ejemplo, construir un colegio implica un esfuerzo inicial que no es menor: conseguir el predio, hacer los estudios y diseños y financiar la construcción. Sin embargo, aquí no termina el esfuerzo. Cada colegio nuevo implica una serie de obligaciones recurrentes a futuro tanto para mantener dicha infraestructura como para garantizar sus contenidos: hay que pagar servicios públicos, aseo, vigilancia, dotaciones, salarios de maestros, entre otras. Pasa también con cada hospital, cada biblioteca e incluso con cada kilómetro de malla vial que construimos.

Al final la sumatoria de todas estas inversiones en el presente generan una serie de obligaciones a futuro que, sumadas, comienzan a hacer cada vez más rígido el presupuesto y que van reduciendo poco a poco las posibilidades de destinar recursos a nuevas iniciativas. Con el agravante de que, a su vez, dichas nuevas iniciativas, por fuera de esa inercia, inevitablemente conducen a generar nuevas obligaciones a futuro, es decir, nuevas inercias.

Por eso es necesario de vez en cuando volver a La Sebastiana. Tomar distancia de la inercia de las agendas y del rigor de la administración pública para “vivir y escribir” que no es otra cosa que hacer mucho más consciente el momento presente y también crear. Pensar lo público más allá de las inercias y pensar el gobierno más allá de lo que toca hacer. Quienes tenemos la responsabilidad de tomar decisiones difíciles, deberíamos visitar con frecuencia nuestra propia Sebastiana. Todos la tenemos, puede que no sea de ladrillo, o que no exista en el mundo de lo material, pero todos deberíamos tener nuestra Sebastiana, esa oportunidad de suspender el tiempo, tomar distancia… “vivir y escribir tranquilo” para hacerlo mejor cuando estemos en Santiago.  

Yo construí la casa.
La hice primero de aire.
Luego subí en el aire la bandera
y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella, de
la claridad y de la oscuridad.

(Fragmento de “A La Sebatiana” de Pablo Neruda)

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/

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