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Te levantas con cosquilleo en el cuerpo, adolorida, pero se lo achacas a la edad.

Empiezas a perder la memoria, el cabello y el peso de tu cuerpo, pero piensas que es una consecuencia normal del envejecimiento.

Ya tienes tres hijos grandes, trabajaste gran parte de tu vida como gerente en una exitosa empresa parisina y cuentas incondicionalmente con el amor y el apoyo de un marido, quien fue tu mano derecha con la crianza de tus hijos, quien los recogía, les ayudaba con sus tareas y los aconsejaba. Te consideras una persona afortunada, pasas gran parte del tiempo en tu gran jardín y disfrutas tardes eternas con tu familia y tus nietos, nada puede sonar mejor.

Luego de llevar una vida aparentemente normal, te citan a una comisaría por algo relacionado con la persona con la que te casaste hace más de 50 años, tu compañero de vida, con quien sigues viviendo y compartiendo tu vida, tu cariño, tus ilusiones y los años que te quedan. La policía te explica que doscientas son las veces que has sido violada, o por lo menos, que doscientos son los videos en los que ese hombre que es tu todo te violó solo o en compañía de otros hombres. 72 desconocidos en total.

Tú tienes un nombre y es  Gisèle P. Tienes un nombre, un rostro y una historia que conmociona al mundo; en los periódicos corre a voces lo que le hicieron a tu cuerpo, quiénes, cómo, cuándo, y aun así no te escondes. De los 72 hombres, 54 irán a juicio; frente a ti desconocidos que violentaron tu cuerpo, y aun así, lo enfrentas. Tienes 72 años y fuiste violada durante una década entera, sin que nadie dijese nada, sin que tú te dieras cuenta. Fuiste drogada y mientras pensabas que dormías, eran hombres de tu comunidad los que visitaban tu cama. Fue tu marido quien los buscó y te ofreció, y fue él mismo quien los grabó.

No, él no es un monstruo, tampoco lo es el vecino que él invitó, ni el concejal, ni el panadero. No son monstruos aquellos 72 hombres que pocas cosas compartían en común, más allá de vivir en la misma zona. Hombres entre 26 y 74 años, iguales a los que ves en la calle, a los que cuidan niños en guarderías, quienes son tus amigos de por vida. No son monstruos porque no son resultado de una perversión maligna, de un deseo insaciable, de una depravación mental. Son las personas con las que tú y yo convivimos a diario, porque de cada 10 hombres a los que tú marido, Dominique Pelicot, invitó a abusarte, solo 3 dijeron que no.

Tres de diez, entre tus vecinos y quienes giraban por tu esfera, tres de diez. Dominique Pelicot no es un monstruo porque él mismo en juicio se señaló culpable, porque sabía lo que estaba haciendo, porque se podía controlar, porque podía actuar como cualquier otro ser humano normal, y pudiendo hacerlo, no lo hizo. Los otros hombres no son monstruos porque bastó de una oportunidad, solo una, para cometer una violación.

Una palabra que en sus mentes no existe, porque tenían el permiso de Dominique. Porque, aunque tú estuvieras inconsciente, mínimamente respirando, tú esposo estaba allí, y eso era suficiente.

¿Cuán evidente tiene que ser que la frase “no todos los hombres” se queda corta en este tipo de situaciones? ¿Cómo entiende un hombre el consentimiento, más allá de lo que un código penal define? porque aunque tú caso es atroz, inhumano e impensable, tus perpetradores no son animales, solo son hombres que estaban a la espera de una oportunidad. Quietos, silenciosos, civilizados, una oportunidad que apareciera una mujer cómo tú, que ya luego fue y será otra, a cada minuto del día, en cualquier parte del mundo.

Tú tienes un nombre, y juntas hoy te lloramos a ti y a millones de mujeres como tú, Gisèle P.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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