“Cada vida es una consecuencia del lugar en el que se han barajado las historias generacionales y las fugas de los destinos.” 

Almudena Grandes

Que la palabra ‘triste’ sea parte del último título que uno escriba, aunque uno no sepa que va a ser el definitivo. ‘Unos ojos tristes’, así llamó Almudena Grandes la columna que envió a El País Semanal el 23 de noviembre sin saber que el 27 ella ya no estaría. Quizás fuera su despedida inconsciente, su alusión al dolor de su propia partida. 

Uno no sabe cuándo se va y por eso hay que permanecer atento. Porque cada cosa que uno vea puede ser lo último que ve y lo que oiga lo último que oye y lo que prueba lo último que saborea y lo que pronuncia lo último que diga. Por eso hay que contemplar los árboles y los pájaros y no asumir que están ahí y que uno los va a recordar desde otro lugar y otro tiempo. Hay que mostrarle a la vida que uno le presta suficiente atención a eso que le ha regalado para sentir.

Decía Almudena en El corazón helado: “…pero crecerás, te harás mayor, y tendrás tus ideas, las mías o las de tu padre, y te darás cuenta de que son mucho más de lo que parecen, de que son una manera de vivir, una manera de enamorarse, de entender el mundo, no tengas miedo de las ideas, Julio, porque los hombres sin ideas no son hombres del todo, los hombres sin ideas son muñecos, marionetas o algo peor, personas inmorales, sin dignidad, sin corazón…”.

Para tener ideas hay que observar, hay que sentir. Es que el mundo es tremendo y, si uno tiene algo por dentro y quiere la vida, si le duele, eso que pasa afuera se convierte en revoluciones internas y después en reflexiones que se expresan de muchas formas para no explotar adentro, y que entonces un día uno ya no pueda más a punta de explosiones invisibles para los demás. 

Escribía esta semana en su columna la escritora Irene Vallejo sobre los poros, esos archipiélagos que conforman la piel pero que, en una sociedad anestesiada y ansiosa por lo liso y lo pulido, maquillamos para no ver. La sociedad de lo positivo enfocada en los ‘me gusta’. Esa que no mira de cerca para no incomodarse y que, sin duda, les tiene miedo a las ideas. Porque incomodan, obligan a la aproximación. 

Es una pena para los que se quedan en esa frontera superficial, los que no son hombres del todo, como diría Almudena, porque al mirar de lejos para evitar desperfectos se pierden la magia, nunca tendrán nada real. “…la literatura y el arte son madrigueras que comunican nuestra imaginación con el mundo. Quienes enseñan humanidades abren cada día pasadizos. Sin su labor, nos arriesgamos a perder la valiosa imperfección del mundo: lo bello resbalaría sin empaparnos”, concluye Irene Vallejo.

No hay que aplazar la contemplación porque entonces se aplaza la vida. Quien escribe se enfoca en los poros, en analizar las conexiones entre archipiélagos invisibles —o molestos— para otros. La existencia observadora, ligada al pensamiento, es más intensa. Por eso, por más que se intente a lo largo de los años, no todas las reflexiones se expresan ni todas las angustias ni la belleza se pueden procesar, y pasa que gente demasiado viva se muere antes de tiempo, con tanto que decir aún. Mirar de cerca desgasta, pero se llama vivir. 

Porque pensar y escribir es estar atento a todo y tocar a propósito las púas de la existencia para sentir el calor de la sangre y que duela, y permitir también las caricias del viento y el agua y de las hojas de los árboles, para ayudar a limpiar ese dolor. Es estar demasiado vivo mientras se puede, por si uno se muere antes de tiempo, y que entonces haya quedado una buena parte de esas batallas internas en forma de letras e historias y llantos y revoluciones hechas ideas, para que uno sí haya sido un ser humano del todo, para haber tenido corazón.

Califica esta columna

Compartir

Te podría interesar