Viajes que son eternidad

Viajes que son eternidad

“Me horroriza escuchar el latido de mi corazón que me recuerda continuamente que el tiempo de mi vida está contado.”

Milan Kundera.

Escribo estas líneas en los primeros días de un viaje por los países nórdicos y los bálticos, creando nuevas imágenes y preguntas para seguir ampliando mi mirada y reuniendo inspiración para escribir. Espero poder cumplir con mi columna los viernes de las próximas semanas para hablarles de la vida desde ese filtro extraordinario que da el descubrimiento de otros rincones del mundo, la constatación de la conexión con aquello que es universal, por más lejos que estemos de lo que nos es cercano, y el acercamiento a lo distinto, fuente única de riqueza y empatía, vida pura.

Hace ya muchos años el viaje me estalló por dentro. La primera vez que viví sola en otro país y experimenté climas extremos en paisajes alucinantes, así como calles multiculturales llenas de vida, sentí vibrar mis venas y me volqué compulsivamente al mapamundi para identificar todo aquello que pudiera abarcar desde allí tomando buses, trenes y aviones, y caminando hasta que no me respondieran los pies. Un nuevo mundo se abría, la vida era otra, mucho más amplia que ese día a día en el lugar que me había elegido el azar con semanas de vacaciones esporádicas en sitios predecibles.

Desde ese momento supe dos cosas: que sería verdaderamente adicta a recorrer el planeta, pues eso enardecía la mujer apasionada que ya era, profundizaba mi mirada, me permitía leer y ver cine distinto, intensificaba mi compasión, esclarecía mi lugar en el mundo —aunque llenándolo de preguntas—, inundaba mi mente de nuevos sonidos que me recordaban mi pequeñez, y me hacía amar aún más la naturaleza y la diversidad. Al llegar a un nuevo destino el asombro me confirmaba que era cada vez menos dueña de alguna verdad, ponía en perspectiva el tamaño de mi realidad a través de una infinidad de geografías, idiomas, religiones, músicas, sabores, arquitecturas, heridas, concepciones de la belleza…

Y, en segundo lugar, me enseñó que toda esa vivacidad, el mundo estallando en color, no era nada si no tenía con quién compartirlo, y como estaba lejos de los que amaba, empecé a escribir para contarlo, intentando ponerlo en palabras que pudieran transmitir siquiera una parte de la emoción que sentía, logrando apenas dejar un montón de sentidos insinuados.

Escribió Camus en El mito de Sísifo que “crear es también dar una forma al destino propio” y yo siento que mi vida se ha tejido a partir de viajes y lecturas que han moldeado mi mirada para contemplar mi existencia, dirigir mi camino y contar historias que ahonden en el alma humana. Todo eso que he visto y sentido cruzando fronteras en más de cincuenta países es inseparable de lo que soy y de lo que escribo, es la base de mis preguntas, mis dolores, mis sueños y mi incansable búsqueda de la belleza.

Viajar es emocionante —siempre digo que cada día de un viaje vale por un año entero de vida corriente— y nos muestra la riqueza de nuestras posibilidades, pero también nuestra vulnerabilidad y la amplitud de las limitaciones. Los verdaderos viajes son incómodos, materializan la incertidumbre que es la vida, nos sacuden y nos muestran extremos propios, pero, sobre todo, nos recuerdan el gozo de existir, la descomunal posibilidad de contemplar todo aquello. Por eso son también una de las mejores formas de confirmar que lo único que tenemos es el presente y que hay que vivirlo con intensidad: los viajes pasan volando, son la certeza de la relatividad del tiempo y la intensificación de la nostalgia, pues antes de despedirnos ya estamos extrañando los lugares que apenas acariciamos. Escribió Milan Kundera: “No hay aparentemente nada más evidente, más tangible y palpable, que el momento presente. Y sin embargo se nos escapa completamente. Toda la tristeza de la vida radica en eso.” De manera que en el viaje uno siente el agridulce latido del corazón, abre los ojos con fuerza, duerme lo menos posible, degusta las profundidades de cada sabor, activa la captura de fotografías mentales para grabar la vida y que así la existencia no se esfume, sino que viaje con uno allí a donde la eternidad lo haya de pillar.

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