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Parar para observar. Observar para percibir. Percibir para sorprenderse. Sorprenderse para descubrir.

Todos somos capaces de apreciar la belleza del mundo de diferentes maneras. Nos damos cuenta de lo que nos maravilla y automáticamente le damos gran valor. Y si bien los estándares de belleza pueden cambiar entre personas y culturas, suelen haber objetos, momentos y espacios que son bellos siempre. Sin embargo, nos hemos negado la posibilidad de observar más allá de nuestro alrededor inmediato y hemos perdido la capacidad de ver la belleza escondida en los pequeños detalles de los que se compone la vida.

Vale hacer notar la aclaración que cuando me refiero a ver, no solo me refiero al sentido de la vista. Me refiero a la percepción sensorial (y extrasensorial) que tenemos de lo que nos rodea. De hecho, hay algunos sentidos como el olor, el tacto, la forma en la que nos hace sentir algo que hacemos, no son tan valorados. No somos conscientes del impacto tan grande que pueden tener en nuestra vida.

Creo que una de las mejores formas de descubrirse a uno mismo y de ser feliz, comienza por observar y percibir con curiosidad lo que hay alrededor. Esa curiosidad de los niños que perdemos cuando pasan los años y nos toca “madurar”. La naturaleza, las acciones de los otros, las cosas y situaciones bonitas que todos los días van pasando. Y, a partir de ahí, darse la posibilidad de ver la belleza que tienen en sí mismas, incluso en aquellas que parecieran no tener nada de hermoso o apreciable.

Lo que propongo no es un ejercicio de generar categorías entre lo que consideramos digno de apreciar y lo que no. Sí comienza por ahí. Pero creo que hay mucho mayor potencial escondido en lo que damos por sentado. Lo que consideramos lo más común y corriente. Lo que siempre está.

No es tan difícil, pero sí requiere de la voluntad de detenerse, de soltar y observar con paciencia lo que nos rodea. Ver los colores, las formas, escuchar los sonidos, percibir las experiencias. De esa manera le damos mucho más valor al momento presente, le damos un toque de conciencia y pertenencia. Nos permitimos estar y pertenecer. Pero sobretodo, nos permitimos vernos como parte y no como un todo. Nos saca la presión autoimpuesta. Nos permite ver con ojos de sorpresa todo lo que nos rodea. Vale la pena darse la oportunidad, pues desde allí pueden nacer las mejores maneras en las que nos aproximamos a la naturaleza, a los otros y a nosotros mismos. Pues no vemos la realidad desde nuestros sesgos, prejuicios y limitaciones, sino que nos acercamos más a verla tal cual es.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/

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