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Llevamos decadas siendo testigos de la desalentadora situación que atraviesa Venezuela, la cual no solo es una tragedia humanitaria de enormes proporciones, sino también una advertencia latente para Colombia.
El colapso del vecino país debe ser visto como un espejo que nos invita a la reflexión profunda y a la acción decidida para proteger nuestra democracia y evitar caer en la misma vorágine.
Venezuela, una nación que alguna vez fue uno de los países más ricos de América Latina, hoy se encuentra sumida en una crisis económica, política y social sin precedentes. La hiperinflación, la escasez de alimentos y medicinas, y la emigración masiva son solo algunos de los síntomas de un sistema que ha fallado a su pueblo. Pero más allá de las estadísticas frías, es crucial entender las causas subyacentes: la erosión sistemática de las instituciones democráticas, la concentración del poder en manos de un líder autoritario y la represión brutal contra la disidencia.
Para Colombia, la situación venezolana debe servir como un poderoso recordatorio de los peligros que acechan a cualquier democracia. Aquí, en nuestra patria, no estamos inmunes a las amenazas del autoritarismo, la corrupción y la polarización extrema. Por ello, debemos estar en constante alerta y en defensa activa de nuestros principios democráticos.
Desde que todo el mundo fue testigo del atropello a la democracia que padeció Venezuela hace ocho días, la izquierda Colombiana no ha parado de decir que es una exageración siquiera pensar que Colombia puede vivir un episodio similar. Se han atrevido a llamarnos extremistas, sensacionalistas y hasta paranoicos a todos aquello que consideramos que lo que atraviesa el pais vecino es una alerta concreta para el nuestro.
A decir verdad, y dejando de presente que me defino como una persona profundamente institucionalista y que confia en la solidez del Estado colombiano, temo mucho por lo que pueda ocurrir, ya que considero que no hay democracia tan fuerte que sea capaz de resistir la tiranía de un mandatario obnuvilado por el deseo de hacer su voluntad, aun por encima de la voluntad de su pueblo.
El panoráma desde el punto de vista institucional entre Colombia y Venezuela es evidentemente diferente; por fortuna en Colombia contamos con un poder judicial que, aunque con errores, ha estado a la altura de las peores crisis que como democracia en madurez hemos vivido, y han sido las Altas Cortes las que le han puesto freno a las locuras de algunos expresidentes.
En todo caso, es esencial fortalecer nuestras instituciones. En primer lugar, la independencia del poder judicial, la transparencia en los procesos electorales y la libertad de prensa son pilares que no deben ser negociables. Cada ataque a estas instituciones, por pequeño que parezca, es un paso hacia el abismo. La experiencia venezolana nos muestra que una vez que las instituciones comienzan a debilitarse, la recuperación es extremadamente difícil.
Segundo, la participación ciudadana es crucial. Los colombianos no podemos ser espectadores pasivos de nuestro propio destino. Es imperativo involucrarse en la política, exigir rendición de cuentas y participar activamente en la construcción de una sociedad justa y equitativa. El apoliticismo y la indiferencia son aliados del autoritarismo.
Tercero, debemos rechazar la polarización y el discurso de odio. Las divisiones profundas y la demonización del adversario solo nos llevan a un callejón sin salida. La unidad en la diversidad, el respeto por las diferencias y el diálogo constructivo son esenciales para la salud de nuestra democracia.
Finalmente, no podemos olvidar la importancia de la educación cívica y la cultura política como herramientas de batalla para la protección de nuestro Estado. Las elecciones de Venezuela nos permitieron ver cuan importante resulta ser la participación política para combatir el totalitarismo y la tiranía de un gobierno dictador. Las nuevas generaciones deben ser formadas en los valores democráticos, en el respeto a los derechos humanos y en la importancia de la participación ciudadana. Una sociedad educada y consciente es la mejor defensa contra los regímenes autoritarios.
En conclusión, la tragedia venezolana no debe ser solo un motivo de compasión, sino también una llamada urgente a la acción. Los colombianos tenemos en nuestras manos el poder de proteger nuestra democracia y evitar caer en los mismos errores. Debemos estar vigilantes, comprometidos y unidos en la defensa de nuestros valores y principios. Solo así podremos asegurar un futuro de libertad, justicia y prosperidad para todos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/ximena-echavarria/